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Arbolito navideño

          Habían terminado las clases y, como en un tobogán, los días que faltaban para Navidad se fueron acelerando. Le pedí a papá un arbolito de verdad para poner los regalos y que no sea el de plástico de porquería de siempre. Una tarde regresó del trabajo con un bulto extraño. Dejé de armar de inmediato el rompecabezas y me acerqué corriendo. Cuándo lo vi, uh, me agarró ese cosquilleo de emoción que ocurre pocas veces en un día. Era un árbol tan alto como yo. Papá lo dejó en un rincón. Le insistí que lo plantara en el medio del living y que con maceta no me interesaba. Papá iba evaluando las posibilidades pero enseguida salió mamá de la cocina. Están locos, dijo y agregó: vivimos en un departamento, en un tercer piso. Ahí estuve a punto de llorar fuerte. Papá se quitó el saco, se agachó para abrazarme y decirme algo al oído. Apenas mamá volvió a la cocina a preparar la cena, papá fue hasta la caja de herramientas. Aferrado al destornillador hizo palanca donde le indiqué y levant
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Negativo Revelado

       La Plaza se sacude entre bombas que caen como pájaros de fuego. Dificulta esquivar escombros de la recova recién demolida. Papelitos apretados deslizándose por un arrojo de sangre que busca el río. Humo y gases envuelven tenaces estandartes cosidos con hilos de memoria. Pañuelos bordados circulan sus ovarios por el ombligo de la plaza. Campanadas sotánicas sacuden escarapelas y palomas que empantanan el Cabildo. Alpargatas gastadas esperan al costado de la fuente mientras Diego, siempre eterno, ofrenda su tesoro dorado en el balcón ritual. Casa Rosada iza el helicóptero transportando un perro muerto. Ocurre este grito: "Viva la Patria rebelada".

Acuario

          Jamás olvidaré esa mañana que, envuelto en aire frenético, decidí vaciar el placard de mi habitación. Por entonces salía poco y qué sentido tanta ropa. Terminó ovillada en bolsas de consorcio negras que ubiqué en un rincón del living. Procedí luego a quitar estantes, barrales y accesorios. Le di tres manos de pintura celeste para piscina a las paredes y al piso que recubrí de tierra, piedras y plantas oxigenadoras. Ambientación con dibujos de caracolas y otros motivos marinos en los laterales y el fondo. Por último, eliminé las puertas, colocando un vidrio biselado adherido con silicona. En la parte superior dejé una abertura por donde ingresar agua, alimentos, tal vez acariciarlo. La espuma de sueños se zambulló como un reguero en esa caverna hendida y bien sellada.      Las primeras horas, los primeros días, lo observaba desde la cama y me hundía en horas entretenidas. Puede quedarse inmóvil durante horas. Adoraba su sigilo prolongado. De repente se iza por el agua y gra

Ciruja

           Cuando cumplí los diez años estaba en quinto grado y me surgió la misma necesidad que a todos los pibes de la escuela: tener un ídolo. El Ferro de los 80' era un equipazo donde sobraban cracks. La elección, por lo tanto, no era nada fácil pero enseguida vino México 86 y el club tuvo su primer campeón del mundo. Mi ídolo ya tenía nombre y apellido: Oscar Alfredo Garré.      En el bufet del club un socio vitalicio me contó que Garré había empezado en novena división, que antes de los entrenamientos repartía gaseosas y como venía agotado, era común que se quedara dormido bajo los tablones de la tribuna. Allí, tirado y mal vestido, nació su apodo: Ciruja. Allí, también, se fueron forjando los sueños de ser jugador profesional.      Don Victorio Spinetto lo hizo debutar en primera un 2 de mayo de 1976. Jugaba de puntero mentiroso y ninguno de los presentes hubiese imaginado que aquel juvenil de andar obtuso iba a defender por más de 600 partidos la casaca verdolaga.

Comedor

       — Abra la boca.      —Yo no es que dude de su honorabilidad, entiéndase bien; pero de seguro que usted llegó en su automóvil y en las últimas horas habrá visto televisión, escuchado radio o hablado a través de su teléfono ¡sin cables! ¿Cómo es posible que ante tamaña evidencia de progreso tecnológico yo tenga que sufrir tanta molestia por una simple carie?      —Me está insinuando que he procedido de modo ímprobo?      —¡No, doctor Molinari, ni por asomo!, simplemente le infiero que a mi moderado entender la Comunidad Odontológica, o marcha sobre las ruedas cuadradas de la tecnología, o lo que yo presumo... se está ocultando un asunto muy fulero.      —¿No entiendo hasta dónde quiere llegar?      —Hasta el fondo de la cuestión, y con esa actitud amenazante que acaba de infligirme ahora comprendo que usted también debe pertenecer al Clan ¿o se llama Logia, o Masonería, o Cofradía, o Corporación, o tal vez Orga a secas...?      —Mantenga la boca abierta.

Pelopincho

        En el fondo de casa armamos la pileta para mi cumple de mañana, dijo Thilo emocionado y abriendo grande los ojos agregó: la Pelopincho, la que tiene un montón de hierros atravesados. Para tal emprendimiento fue necesaria la ayuda de una ingeniera catalana admiradora de Gaudí.      Al día siguiente, el verano caluroso de Buenos Aires no tardó en posicionarse, a la vez que iban llegando los invitados con la malla puesta y el deseo urgente.      Los primeros en zambullirse fueron los amigos de fútbol y de la escuela. Enseguida se metió la tía con sus gemelas, un narigón vestido de jardinero que baila en la murga del barrio, la vecina que trabaja en una juguetería, un león flaco demasiado travieso, dos nubes cargadas de algodón que volaban bajito, un delfín de siete colores, una mano cabal aferrada a un tejo playero, el alba del día anterior que nadie había olvidado, uno con la camiseta de Chacarita... De pronto un señor bigotudo se sumergió con patas de rana y escafandra.

Obelisco

       Esa abrumadora madrugada, un denso banco de niebla aplastó Buenos Aires. Durante tres días se mantuvo inalterable. La visibilidad era de apenas un metro de distancia. Suspendieron todas las actividades sociales y la autopista fue cerrada.      Al cuarto día la niebla, patinando por el Riachuelo rumbo al sur, comenzó a disiparse.  Lentamente la ciudad fue recuperando su dulzón y frenético ritmo. Cerca del mediodía recorrió por las calles un rumor aberrante: "Se afanaron el Obelisco". Todos prendieron el televisor para mirar la noticia que estallaba boca a boca. Muchos fuimos hasta el centro para comprobarlo in situ . Nadie podía creer la dolorosa ausencia que se veía. Lo arrancaron de cuajo. La concha de su madre quedó enclavada en el pavimento junto al recodo de una fisura honda con final incierto. No fueron pocos caballeros a los que se les escapó una pudorosa lágrima que pretendieron disimular refregando la manga del saco sobre el rostro.    Surgieron de inmedi

Bajo Tablón

       Mi tío comenzó a buscarme los domingos para ir a la cancha. La primera vez que vino manifesté que prefería quedarme en el cuarto jugando o leyendo historietas. Mamá no sé que cosa dijo, pero no me pude rehusar. En el corredor, frente al vendedor corpulento de choripanes, nos separábamos. Él se calzaba un gorrito verde y subía a la tribuna con la multitud desaforada; yo me sumergía en la brumosa humareda, bajo los tablones. Por una animada cortina de papelitos me daba cuenta si el partido había empezado, por algunas canciones y su entonación, si el trámite era favorable o no. Alzando la vista podía divisar el recorte de impetuosas siluetas y el resplandor del sol atomizado por las banderas.      Estar bajo aquel mundo, nervio vivo de emociones, me generaba una adrenalina difícil de explicar en ese momento. Por lo general iba trepando la estructura de hierros atravesados o me hamacaba en una llanta de auto sabiendo que lo más maravilloso estaría por ocurrir de un momento a o

Búsqueda

        Sucedió en mi cumpleaños de ocho. Después de la torta jugamos a las escondidas. Todos fueron apareciendo, menos Ricardito. Su madre, que ya es una anciana, aun lo sigue buscando.

Títere

       Mi papá es titiritero. Yo siempre lo ayudo a montar sus funciones. Puede ser en una plaza de barrio, un club o alguna fiesta de cumpleaños. Allí me siento más vivo que nunca. Es fascinante verle la cara a los niños cuando se sorprenden o estallan en risotadas. Después del aplauso final, papá saca su mano y me duerme en la maleta.

Verde Esmeralda

  Cuando mi hija subió a recibir el diploma como la mejor alumna del  Summit Schools , agarré fuerte las manos de mi esposa y se me pusieron llorosos los ojos, los mismos que poco después se vieron reflejados en una realidad atroz. Pero ese día sentí orgullo enorme de padre y seguridad en que había hecho bien las cosas. Mi princesa ahí arriba del escenario con su pelo rubio y esa sonrisa tan llena, tan fresca; distante de las inmundicias que ocurren en la vida diaria. Qué más se podía pedir de una hija. Terminaba la educación primaria y una nueva etapa se iniciaba para ella con un amplio abanico de posibilidades por descubrir. Unos meses después de haber egresado nos mudamos al barrio cerrado, donde planeábamos una vida plena y segura. El bufette de abogacía que había instalado con mi socio comenzó a florecer de clientes lo que permitió gran holgura económica y la consecuente satisfacción debido también al éxito profesional. Bárbara, mi esposa, trabajaba medio turno como psicóloga e

Tienda Arteta

  — ¿Qué pasó con mamá, Mari? Apenas me avisaste vine rajando. — Nada boluda, se despertó de la siesta hablando incoherencias y quiso salir a la calle en corpiño y bombacha. Tenía la mirada fuera de foco y una sonrisa extraña, casi libidinosa. La frené como pude, le hice un té y de a poco se calmó. Ahora está en el baño. — Uh, menos mal amiga, mirá si agarraba la Pelle en pelotas... Falta una semana para la fiesta del caballo... hubiera sido el bocadillo sucio de todo el pueblo. Fumemos un pucho y pensemos que hacer cuando salga del baño. — Ahí viene. ¿Mamá qué te pasó? Vení, sentate en tu silloncito y nos contas. ‹‹ Estoy nada bien. Ya hace mucho que un hombre no me mira. Al casarme con tu padre no me di cuenta pero pronto sí entendí que había traicionado las enseñanzas de nuestro querido potro: prefirió morir ahogado antes que vivir prisionero. Cuando yo trabajaba en tienda Arteta * era libre y feliz... era deseada. Con la vestimenta de trabajo puesta ya me transformaba. Todas

Atrás

                   Fueron llegando raudas desde el Riachuelo a nado o subidas unas encima de otras. Alcanzaron con fervor avenida Corrientes. El obelisco trepado por dentro y por fuera. Comían lo que se les cruzaba: vinilos de Pugliese, ediciones cosidas de Mujica Láinez o papelitos arrojados al aire en la Bombonera. Chillidos atronadores rebotan, todavía, sobre el asfalto.      Me refugié, como todos. Fui del living a la cocina por alimentos. En eso sentí rasguidos tras la alacena. Cerré la puerta y corrí espantado hacia mi habitación, donde aún continúo encerrado. Mucho más no podré resistir; solo me queda un trocito de queso.

Hondamente

           En aquella época a los hijos había que educarlos con rigor. El mío era muy tranquilo y sensible. En esas vacaciones pasaba todas las tardes haciendo dibujitos sobre la arena, ni se quería sacar la remera. En un momento me paré y le dije: "Ya no sos un nenito, andá y hacé algo". Ladeó la cabeza, se puso de pie y caminó hasta la orilla.     V iene apareciendo en mis sueños, quizá los últimos que tenga. Me llama, me dice: "papá, estoy bien". Al buscarlo con la mirada preciso que no se trata de mi muchacho sino de una muchacha. Es él, si, me fijo bien; es él, pero travestido. Pierdo el aire, me hundo en el colchón. Esta situación me desvela y decido actuar pronto. Necesito descifrar qué sucede y ordenar las cosas.      Desciendo del micro y arribo al balneario donde ocurrió todo. Nunca más había regresado a una playa, a ninguna. Tarareando un tango atravieso la arena con pasos morosos. Me paro frente al mar que primero le quitó la vida y luego le transformó

Juntos a la mar

          De pronto me hallé aferrado con ambas manos a una bolsa negra que ladeaba sobre mi espalda; iba tranquilo. Atravecé el misterioso prealba mientras me dirigía como un autómata en dirección al mar. Acaso absorbido por el entresueño que potenciaba una voluntad ausente y vaga, no me atreví en ese momento a observar que contenía la bolsa. Intenté dilucidar dónde había levantado esa carga, pero no logré enhebrar dos raptos de memoria seguidos.      Ya pisaba arena cuando contemplé el mar. No puedo explicar por qué, sentí liviano temor. El ruido del oleaje rompió la calma que hasta ese instante me invadía, me escoltaba. A metros de la orilla apoyé la bolsa en suelo húmedo; la entreabrí muy lentamente, apareció el torso desnudo de una mujer. Qué es esto, me dije absorto, no sin mucho de fascinación. No logro dejar de mirar ese torso, a la vez que exhalo un aire postergado. Descubro sangre coagulada en los segmentos que unían a miembros y cabeza. Descorro la bolsa por completo y

Nube

            Nunca supe con qué ardid, y ya han pasado varios años, permanecí atrapado dentro de aquel cubil metálico con aroma galo. Tiemblo al recordar como sucumbió misteriosamente la descarga de ambos polos y cómo entonces, sin escapatoria, yací recluso en la astucia de sus besos. No exagero si digo que una tarde ingresó una nube entera por su desmedida boca.      Pronto todo se confunde. Fotos, mar y risas. Un cerrojo de abrazos atravesados. Su piel inestable, también ella, se estira de vez en cuando y aparecen tibias criaturas recubiertas en arcilla. Quedo aturdido ante esas presencias fulminantes, ante sus miradas que descubro íntimas y a su vez ajenas.      Una mañana de sol desapareció de mi mundo, del mundo que carecía y le enseñé. Con un clavo grave hundido la busco en cada esquina, en mil mujeres. Las noches inciertas se pierden sobre el cáliz implacable de la desdicha.     Al  arresto del alba abro el ojo brumoso y la advierto a mi lado, de cara a una ancha sombra

Toro y Paloma

       Ingresa al ruedo bajo un sol entreverado de aire y fuego . Enseguida clava pezuñas y perenne esperma sobre la arena. Veo su erguido pecho albergando una bóveda inmensa. Sorpresa siento cuando mueve la cola jubilosa, tal como haría cualquier perro. Suena música festiva que incita al público. Un grupo de toreros de segunda línea saltan al campo y comienzan a agitar capas de vivos colores. Se acerca para contentarlos; sin más lo desairan escondiéndose tras unas sobreparedes de madera.      De pronto aparece un caballo enfundado. Lo monta cierto jinete que cubre desmedida porción de cielo. La banda musical cambia el tono por uno de mayor suspenso. Entusiasta embiste al caballo contra su costal más visible. El jinete aprovecha que está inmovilizado y le hunde profundo una especie de lanza obstinada sobre el lomo desprotegido. Un chorro de sangre viril brota con fuerza; brillante y luminosa fue cubriendo pelo y cuero. A partir de ahí el carácter se le transforma. Permanece un

Fuego

      He soñado que todo arde alrededor; la almohada, la cama, la habitación entera dominada por llamas que se propagan arrogantes. Despierto tan confundido como sobresaltado. Persiste la transpiración por mi piel aun sabiendo que solo había sido un sueño. Al ver mis manos  siento grandioso espanto. Una está sujetada a un bidón repleto de gasolina, la otra blande el encendedor.

Remington

  Nueva York, Estados Unidos, 1839. Fundación de la empresa Remington. Se inicia fabricando rifles de carga rápida; años después utilizó esos mismos hierros forjados para realizar un nuevo producto: la máquina de escribir.      Las utilidades de la empresa aumentaron considerablemente durante la guerra de la Secesión. En 1869 hubo un pedido grande desde el sur del continente. Llegaron a Buenos Aires 5000 rifles acompañados de unas 20 máquinas de escribir. El general Julio Argentino Roca los utilizó para exterminar indios de la zona pampeana y la Patagonia. Había necesidad urgente de tierras para el pastoreo. Inglaterra y los terratenientes bonaerenses estaban deseosos en agrandar el negocio for export de cueros y carnes. Los rifles utilizados hasta entonces no permitían un tiempo oportuno de recarga y el indio que no era herido de gravedad apenas veía el humo rodeando al tirador se lanzaba con ánimos de ultimarlo. Semejante avance tecnológico y un ejército ocupado en la guerra

Final de siesta

       Esa mañana de inmenso calor se la pasó parado frente a su cosecha de algodón. La azada aun tendida contra el suelo. Otra vez examinó la producción, mientras introducía una de sus manos por debajo del sombrero para rascarse la cabeza. Solo capullos mustios y amarillentos. Lo asaltó un pensamiento recurrente: no podía dominar la selva ni las continuas lluvias que malograban todo lo que plantaba.      Regresó hacia la casa. Los mellizos continuaban sentados en el banco del jardín. Los miró como ajenos, como si ya no fueran sus hijos. Comprobó con terror el pasto crecido y los yuyos desquiciados, a punto ya de embestir contra las paredes. Sintió que iba a llorar pero no lo hizo. En la cocina encontró a la pequeña Ana, dibujaba animalitos con lápices de colores en un cuaderno gastado. Pasó a su lado entrecerrando los ojos. Del perchero descolgó la escopeta y se fue inclinado hacia los recortes enrevesados del monte.      Almorzaron en silencio el resultado exiguo de la caza