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Ciruja

 

    

    Cuando cumplí los diez años estaba en quinto grado y me surgió la misma necesidad que a todos los pibes de la escuela: tener un ídolo. El Ferro de los 80' era un equipazo donde sobraban cracks. La elección, por lo tanto, no era nada fácil pero enseguida vino México 86 y el club tuvo su primer campeón del mundo. Mi ídolo ya tenía nombre y apellido: Oscar Alfredo Garré.

    En el bufet del club un socio vitalicio me contó que Garré había empezado en novena división, que antes de los entrenamientos repartía gaseosas y como venía agotado, era común que se quedara dormido bajo los tablones de la tribuna. Allí, tirado y mal vestido, nació su apodo: Ciruja. Allí, también, se fueron forjando los sueños de ser jugador profesional.

    Don Victorio Spinetto lo hizo debutar en primera un 2 de mayo de 1976. Jugaba de puntero mentiroso y ninguno de los presentes hubiese imaginado que aquel juvenil de andar obtuso iba a defender por más de 600 partidos la casaca verdolaga. Luego llegó el sufrido descenso y también Carmelo Faraone, quién le dio la camiseta que nunca más abandonaría. Con la tres logró el regreso a Primera División y posteriormente los Nacionales 82´y 84´ de la mano de Griguol. Aun conservo el recorte de una entrevista donde Timoteo declara: "Se posicionaba con cierto hermetismo sobre el lateral izquierdo, parecía ignorar lo que ocurría en el resto del campo de juego, en la tribuna cercana, incluso en el mundo. Su forma de marcar se asemejaba a un perro de presa pero a la hora de mandarse al ataque, como un mago, escondía el balón para luego hacerlo aparecer de la nada misma, generando zozobra en las defensas rivales".

    A partir de entonces comencé a imitar la manera chueca como caminaba, sus gestos parsimoniosos y hasta esa sonrisa ladeada tan característica en él. Mis compañeros de primaria me siguen recordando así.

    En mayo del 1987, con un gol suyo de tiro libre eliminamos a Racing de la Liguilla. Fillol todavía debe estar alucinado por la comba que tomó la pelota antes de clavarse en el ángulo. Ese lunes llegué a la escuela y le pregunté a Palomero, mi compañero racinguista, si había visto aquel golazo. Me miró con amargo desprecio.

    Al mes siguiente, Garré se fue de gira con la selección para jugar el primer partido tras la gloria en México. Perdimos versus Italia con gol suyo en contra. Palomero se desquitó vociferando que mi ídolo era de barro, que pateaba al revés y varias cosas más que no le salieron gratis. En el último recreo hubo trompadas, quita de botones y sanción para ambos. A la semana tocaría Paraguay en el Monumental y otra vez derrota con gol de Garré contra su propia valla... De no creer... resulta que mi compañera de banco era descendiente guaraní y, con chipá en mano, pretendió que le explicara "al goleador" dónde quedaba el arco rival. No se habló más; le arrojé el chipá caliente al medio del patio. En un descuido me mordió la otra mano, arrancando buena parte del dedo meñique que terminó de tragar mientras nos llevaban a dirección.

    En 1988, con un tiro enrevesado desde el vértice del área grande, Garré empató el cotejo ante un River lleno de figuras. Ese torneo los partidos empatados se definían por penales. Otro gol suyo desde los doce pasos posibilitó el triunfo y delirio en Caballito. Le enrostré mi alegría a un vecino gallina que ya estaba en séptimo. La rueda siguiente nos comimos cuatro en el Monumental y mi vecino insinuó que Caniggia casi lo descadera, que Garré estaba acabado... tuvieron que parar el tránsito, lo corrí por todos lados; ahí me atropelló un taxi y tuve la primer internación.

    Hacia febrero de 1994, en el ocaso de su carrera, fuimos a jugar al Cilindro de Avellaneda. Recién comenzado el segundo tiempo ganaba el local por dos a cero y el estadio se venía abajo. Implacable cabezazo del Ciruja posibilitó un empate milagroso y, a la postre, Racing perdería el campeonato por un punto. De la cancha fui derechito hasta el hogar de Palomero, a quién hacía mucho no veía. Bajó con incipiente bigote y ahí nomas, sin mediar palabra, nos trenzamos a golpes de puño y cabezazos. Extravié dos dientes y la billetera.

    Este año me jubilé con la mínima. Garré hace tiempo fue a radicarse al gran Tilcara por una vieja promesa y no se supo más de él. No me arrepiento de haberlo defendido en cuanta ocasión se presentara a pesar de haber perdido parte de la dentadura, falanges, el bazo y medio pulmón; lo volvería a hacer tres vidas seguidas.




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