De pronto me hallé aferrado con ambas manos a una bolsa negra que ladeaba sobre mi espalda; iba tranquilo. Atravecé el misterioso prealba mientras me dirigía como un autómata en dirección al mar. Acaso absorbido por el entresueño que potenciaba una voluntad ausente y vaga, no me atreví en ese momento a observar que contenía la bolsa. Intenté dilucidar dónde había levantado esa carga, pero no logré enhebrar dos raptos de memoria seguidos.
Ya pisaba arena cuando contemplé el mar. No puedo explicar por qué, sentí liviano temor. El ruido del oleaje rompió la calma que hasta ese instante me invadía, me escoltaba. A metros de la orilla apoyé la bolsa en suelo húmedo; la entreabrí muy lentamente, apareció el torso desnudo de una mujer. Qué es esto, me dije absorto, no sin mucho de fascinación. No logro dejar de mirar ese torso, a la vez que exhalo un aire postergado. Descubro sangre coagulada en los segmentos que unían a miembros y cabeza. Descorro la bolsa por completo y alcanzo a divisar un tatuaje apenas por debajo del hombro izquierdo. No puede ser... a esa mujer la conozco.
Me quito la ropa, siento que ya no me hace falta. Alzo el torso y lo arrimo bien junto a mi cuerpo. Nos zambullimos abrazados. Lamento no poder besarle los labios salados ni acariciarle el pelo con mis torpes manos, así como cuando era mía.
Es hermoso
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