—¿Qué pasó con mamá, Mari? Apenas me avisaste vine rajando.
—Nada boluda, se despertó de la siesta hablando incoherencias y quiso salir a la calle en corpiño y bombacha. Tenía la mirada fuera de foco y una sonrisa extraña, casi libidinosa. La frené como pude, le hice un té y de a poco se calmó. Ahora está en el baño.
—Uh, menos mal amiga, mirá si agarraba la Pelle en pelotas... Falta una semana para la fiesta del caballo... hubiera sido el bocadillo sucio de todo el pueblo. Fumemos un pucho y pensemos que hacer cuando salga del baño.
—Ahí viene. ¿Mamá qué te pasó? Vení, sentate en tu silloncito y nos contas.
‹‹Estoy nada bien. Ya hace mucho que un hombre no me mira. Al casarme con tu padre no me di cuenta pero pronto sí entendí que había traicionado las enseñanzas de nuestro querido potro: prefirió morir ahogado antes que vivir prisionero. Cuando yo trabajaba en tienda Arteta* era libre y feliz... era deseada. Con la vestimenta de trabajo puesta ya me transformaba. Todas las tardes un grupo de muchachos se reunía en la vidriera de Rivadavia y Brown para observarme. Había uno flaquito que dejaba la bici apoyada contra la pared; ya había participado en varias ediciones de la Doble Bragado... unas piernas... Yo hacía como si nada, como si no hiciese estrago en sus salientes espumas viscosas. Les daba la espalda con una sonrisa mientras seguía acomodando cajas en los estantes o doblaba géneros suavemente››.
—Ay, mamá, parece que todos te querían coger.
—Pará boluda, no ves que está sensible.
—Si, boluda, pero cuenta cada cosa que me pone de los nervios.
‹‹Esa tarde salí del trabajo rumbo a casa, iba con huella liviana. De pronto siento cada vez más cercano un taconeo. Giro la cabeza y veo a un joven vestido de militar que me alcanza y se interpone en mi camino. Freno la marcha y observo como se descorre la camisa del uniforme. Sobre un pecho peludo, como un oso de zoológico, aparece un colgante dorado. Revela que es de oro y perteneció a su finada madre. Confiesa que desea obsequiármelo, que está enamorado de mí y que pasa todos los días por la tienda Arteta sólo para mirarme, menos los lunes que está cerrado. Que le duelen los lunes. Sonrío ruborosa y agradezco el halago. Es buen mozo, morocho y de gran porte. Yo tenía diecisiete años, un padre severo y recién comenzaba el verano. No encontré horizonte válido para decirle que sí, que me entregaba irremediable a su amor. Hoy tal vez me arrepienta de eso; era tan, tan varonil. Revivo sus ojos, como temblaron, como los cerró de golpe antes de irse. Nunca más lo volví a ver. Al otro día me encuentro con Doña Esther y me dice que por mi culpa había perdido un inquilino. ¿Qué pasó, le digo? El militar pidió que lo trasladen de regimiento››.
—Cortala mamá. ya contaste mil veces la historia con el milico ese, pasó hace mucho. Soñaste con eso otra vez...
—Mi gran amor fue un marinero uruguayo...
—Pará Marisa con el uruguayo, no es el momento. Mirá como está mamá... está como poseída.
‹‹Esto no te lo conté nunca... sucedió en un picnic de primavera allá en la laguna. Fuimos todos los empleados de tienda Arteta. En eso se arrima un señor, me clava los ojos, pregunta mi nombre. Se pasa la lengua por los labios resecos. Me toma de la mano, vamos a caminar por la orilla y alejados de todos jura su amor por mí. Están esperando mis compañeros para almorzar, le digo. Nunca lo volví a ver hasta muchos años después, una tarde en el bingo, me reconoce y se acerca. Me cuenta que vive en Chivilcoy y es juez de paz. Que es viudo e insiste en que vaya a visitarlo. Ofrece un automóvil para que pueda ir y venir cuando me dé la gana. Si, tu padre ya había muerto. No, no fui. Vos y tu hermana aun eran muy jovencitas y me necesitaban››.
—Cuántos hombres te cortejaban y vos siempre fuiste fiel al papi, incluso cuando estaba muerto.
‹‹Cuando murió tu padre volví a sentirme libre. Era muy celoso y vivía para él, para cumplir sus múltiples órdenes. A los veinte años lo conocí y enseguida me pidió que renunciara a tienda Arteta. En ese momento había que obedecer. Me la pasaba encerrada en la casa. Apenas salía para hacer los mandados y para alguna que otra visita familiar. Todo me lo controlaba. Dejé de ver ojos que se apostaban en mí como una ninfa del deseo. Sólo él podía mirarme. Ya ni me arreglaba y mi cuerpo se fue desmejorando, aunque el Juez de Paz en el bingo lo deseó y mucho››.
—Marisa, le diste la medicación... Mirá como saca la lengua y entorna los ojos... parece una putita. Si papá viviera y la oye le da de vuelta el bobazo o le encaja una flor de cachetada.
—Tranquila abuela, en un rato hacemos esas pizzas que tanto le gustan y de postre se come un Bragadito** o a lo mejor, si no está muy fresco vamos a tomar un helado a la San Martín. Si, así la quiero ver: sonriente; sonriente como cuando trabajaba en tienda Arteta.
* Tienda multirubro de antaño similar a Gath y Chaves.
** Alfajor de la zona con abundante dulce de leche como relleno.
Excelente, muy antiguo, muy actual, retratando el deseo sometido por el patriarcado y sus inseguridades.
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