Esa abrumadora madrugada, un denso banco de niebla aplastó Buenos Aires. Durante tres días se mantuvo inalterable. La visibilidad era de apenas un metro de distancia. Suspendieron todas las actividades sociales y la autopista fue cerrada.
Al cuarto día la niebla, patinando por el Riachuelo rumbo al sur, comenzó a disiparse. Lentamente la ciudad fue recuperando su dulzón y frenético ritmo. Cerca del mediodía recorrió por las calles un rumor aberrante: "Se afanaron el Obelisco". Todos prendieron el televisor para mirar la noticia que estallaba boca a boca. Muchos fuimos hasta el centro para comprobarlo in situ. Nadie podía creer la dolorosa ausencia que se veía. Lo arrancaron de cuajo. La concha de su madre quedó enclavada en el pavimento junto al recodo de una fisura honda con final incierto. No fueron pocos caballeros a los que se les escapó una pudorosa lágrima que pretendieron disimular refregando la manga del saco sobre el rostro.
Surgieron de inmediato numerosas hipótesis sobre quiénes y cómo lo hicieron. Se habló de un comando uruguayo que lo extirpó con pericia y envidia inusitada para luego hundirlo en el Río de la Plata. Sobre el asfalto de la 9 de julio no hubo señales de arrastre, tampoco por Avenida Corrientes. Fue evaluada la posibilidad de una castración aérea... Especialistas concluyeron que no existía grúa en el mundo que pudiera levantar desde la raíz esa mole de casi setenta metros de altura; también se desestimó el uso de helicópteros o aviones para tamaña empresa. Con más ímpetu que pruebas contundentes se llegó a argumentar que pudo haber sido succionado desde las profundidades ignotas de la tierra. Los más osados aventuraron la desintegración por arte de magia negra o acaso un fenómeno de abducción ligado a seres de otro planeta. Todo quedó en la nada.
Han pasado ya dos años de aquel inaceptable episodio. Con pesar, los que amamos pasionalmente esta ciudad, notamos un cambio teñido con pavor. La gente camina angustiada, como ajena, abandonada en sus frustraciones. Flota en el aire la pérdida del deseo que va montando a una soledad cargada de extrañeza e incertidumbre. Muchos ya se marcharon, otros han ido muriendo de tristeza y si todo continúa así, pronto Buenos Aires se convertirá, sin estupor, en una ciudad fantasma.
Ay, leo esto y lo veo tan arraigado a la situación que estamos viviendo. Sin identidad, arrancados, con una falta de deseo total. Episodios que replican y hacen eco...La narrativa, excelente, como siempre. Es un placer dar lectura a tus cuentos, querido escritor.
ResponderEliminarUn cuento que deja pausas en quien lo lee, que lo inflama de preguntas. Anhelo profundamente su restitución, como así también el clamor ferviente que solamente da un proyecto de vida. Abrazo.