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Mostrando entradas de octubre, 2018

Era un hombre

Era un hombre y fue en busca de empleo y no se lo dieron y se encaminó hacia el bosque y cruzó la cañada y cortó camino y vadeó el arroyo y aun no lo sabía y llevó su cantimplora y sació su sed y siguió andando y se detuvo y sintió la nada y quiso maldecir y las cuerdas vocales enmudecieron y algunas consonantes también y se perturbó y sudó fresco y saltó a campo traviesa y aulló de felicidad y se deslizó por los pastizales y rugió y tembló el bosque y trepó a un gran árbol y tiró la cantimplora y luego se arrojó él y cayó en cuatro patas y no sufrió vértigo y pretendió volar y no pudo pero ya podría y notó que algo  se le iba yendo mientras se lamía .

Barco del olvido

Hoy casi te olvido, mañana volveré a intentarlo. Proverbio del amazonas. Me postulé como capitán sin dudarlo. Incluso poniendo en jaque un legajo sin reveces. Jamás analicé la certeza de hallar la ciudad perdida del otro lado del océano. Me urgía alejarme lo antes posible de mi tierra. Como un sino inclaudicable. Tras abandonar el torvo mar comenzamos a surcar un ancho río marronado. Hubo extrañeza y pronto temor en los ojos de mis tripulantes. La mayoría forajidos en busca de un porvenir. Los tranquilicé con palabras de capitán. Les recordé acerca de los metálicos. Mis motivaciones eran bien distintas a las de ellos. Yo necesitaba olvidar una mujer. En la mar se había aparecido de mil modos y a punto estuvo de tumbar la embarcación cuando emergió con forma de serpiente. Una grande de tres cabezas con sus respectivas lenguas. Este calmo corredor de aguas marronadas parecía ser el remanso adecuado para mi penar. Cuánto me equivoqué. Enseguida se apareció en e

Paseo General

Aprovechando que nadie observa y siento fuertes las piernas, me arriesgo a la intemperie y camino hacia la Gran Vía. Para dónde quedaba el paseo del Prado... Sigo mi instinto militar. Cruzo la acera. Hay un sable en el suelo que me nubla la vista. Me agacho para recogerlo. Al reincorporarme, empuñando el curvo acero, todo se vuelve blanquecino. Como si Madrid entera se tornase un desierto de nieve, pero hace calor, una nieve de espuma caliente. Clavo el sable en el engrudo que asemeja a un suelo inverosímil y veo como una grieta instantánea se forma bajo mis pies. En medio de la grieta veo una multitud. Son niños. Arrastrando los pies me acerco al arenero, contra una serie de columpios atestados de infantes. Estirando la guayabera abro los brazos y parece que modulo: “Compañeros”, o puede que haya dicho: “Camaradas”. Unos se dan vuelta, otros vitorean. Todos mocosos... Hay quien nota que algo no anda bien e interviene: “Abuelo, está perdido”. Tiene la camisa desa

Traición amorosa

Los barrotes de la prisión no impidieron que pudiera acariciarla. Pasé años de insistente soledad. La primera noche que apareció fue sublime. Era tal cual como la venía imaginando desde siempre. Nos reconocimos sin límites. A partir de entonces comencé a soñarla todas las noches. Era tan real que se fundía en el lateral corazón de mi celda. Tan real que quien diga que fue un sueño es un canalla y lo mato. El humor me cambió ciento ochenta grados. En el patio del pabellón no tardaron en hacerlo notar. Maldigo el momento que narré mi contento, pero de no hacerlo me hubiese ahogado de amor en ese pequeño cuarto. Muchos me trataron de loco inverosímil y dolió muy hondo. Tal vez por causa de ello fue que desabotoné la camisa y enseñé los rastros de sus uñas clavadas en mi abdómen. Enseñé las pruebas irrefutables del amor. Me dieron vuelta la cara como a un paria. Váyanse todos a cagar, les grité por lo alto. Sólo el Gordo Altamirano abrió bien grandes sus ojos y preguntó algunos det

Traición divina

La decisión fue inconmensurablemente difícil. Se resolvió en las afueras de Galilea. En un camino polvoriento le comuniqué lo que debía hacer. Fue después de besarlo en la frente. Antes que se largara a llorar en reprobación. Lo satisfizo el hecho de saber que una vez apresado, se desataría una fuerza divina que iba a expulsar a los romanos de tierra santa; una mentira necesaria que me clavó hondo una mueca de dolor. Él se dedicaba minuciosamente a la contabilidad de la empresa y era el más radical del grupo; de los judíos que queríamos modificar el espíritu de nuestro credo para llegar a los gentiles. Queríamos generar una dosis de esperanza universal que el judaísmo oficial no lograba. Para ello necesitábamos de los romanos. Ellos serían el vehículo de nuestra fé. Yo sería la víctima y él un traidor confeso. Para que el plan fuera perfecto, como el Señor, no todos los seguidores debían estar al tanto. Sólo sabían María de Madalá, la del pelo trenzado y Pedro el bueno. El resto

Bajo la sombra

Llegué un verano de calor insano. Cuando fue el turno de salir al jardín, que era circundado por los pabellones, noté que había dos árboles. Se trataba de un gomero y enfrente, a pocos metros, había un  álamo. En torno a ellos se agrupaba un conjunto de sujetos. Alrededor del gomero resaltaba un hombre con chaqueta azul y roja. Hacía gestos y ademanes que imantaban la vista. Me dirigí hacia él, hacia el grupo del gomero. Lo admiré desde el primer día y no fui el único. Comprendí que era el líder del grupo autodenominado gomas . Ahí mismo reconocí las bondades de la sombra ancha del gomero. Enseguida orienté la mirada contra el álamo y su gente, los que se ponían bajo su escueta sombra. No dejábamos de criticarlos por la elección errónea de los alitas, así los nombrábamos. También tenían un líder. Se trataba de Julio César. Como todos ellos, iba vestido ligero. En cambio nosotros lucíamos ropas más pesadas merced a la generosa sombra de nuestro árbol. No pasó mucho tiempo par

Operación Minotauro

Por detrás del cirujano, que ya jugaba con su bisturí, denodadamente asomó la figura del minotauro. Bufando me miraba ávido. A pesar de la anestesia me incorporé y fui a perseguirlo. Corrió desnudo con su cuerpo bifórmico. Yo apenas iba sujeto a una cofia verde. En un marco borroso me condujo por caminos aberrantes. Tras la puerta de una sala vi a un niño al que golpeaban otros niños; uno de los cuales era yo. Luego de atravesar un pasillo, otra puerta... Vi una mujer de párpados sufrientes que afrontaba como podía la llegada de su marido; no hará falta decir que reconocí de inmediato la mano impertérrita. La bestia iba delante y me conducía por las distintas salas del hospital. En una estafaba, en otra abusaba del honor de alguien, en la siguiente, prefiero callarlo. Me era penoso reconocerme de ese modo, de esos modos. Sentí en cada visión que había traicionado los valores que tanto inculcaron mis padres. Ya asqueado de suficiente miseria, le tendí una celada con elementos

Pensamiento Carretel

Distiendo el hilo, pensamiento carretel aflojando las deshoras ya no mansas se dispara el aguijón de la balanza aún si intentara no podría detener. Arriba ávido mar, abajo nada en la sombra noche sin estrellas, ideas sin carne fauno solemne de áciagas fauces observa la escena, me nombra. Sigue al acecho, perpetuo de hiel vedo todo intento esperanzado sucumbo ante su hálito dorado cierro los ojos, pensamiento carretel.

Operación Garibaldi

Sentado junto a la ventanilla del avión, iba distendido, sin preocupaciones; iba soberano. Un arado de nubes acompañaba el vuelo. Más abajo todo era tan pequeño que parecía irreal. Una chimenea obscena sobresalía de las chatas construcciones del arrabal y el campo eterno. Llevaba mis dos manos unidas sobre las rodillas. Sentado a mi lado, un hombre prolijo de gesto severo. Una cavilación desbarató mi estado de tranquilidad: ¿Hacia adónde me estaba dirigiendo? Intenté recordar en vano. Sin temor a pasar por débil mental consulté a mi compañero de asiento. Me miró de soslayo, negó con la cabeza y se mantuvo como antes; en silencio. A veces solía olvidar cosas como nombres de personas, ciudades o el lugar donde pude haber dejado los lentes. Nunca antes había sucedido que olvidara algo tan rutilante como el destino de un viaje en pleno vuelo. Procuré ante todo mantener la calma. Estaba en eso, relajando la minuciosa respiración, cuando un olor rancio y pestilente invadió el ambi