Sentado junto a la ventanilla
del avión, iba distendido, sin preocupaciones; iba soberano. Un
arado de nubes acompañaba el vuelo. Más abajo todo era tan pequeño
que parecía irreal. Una chimenea obscena sobresalía de las chatas
construcciones del arrabal y el campo eterno. Llevaba mis dos manos unidas sobre las rodillas. Sentado a mi lado, un hombre prolijo de gesto severo.
Una cavilación desbarató mi
estado de tranquilidad: ¿Hacia adónde me estaba dirigiendo? Intenté
recordar en vano. Sin temor a pasar por débil mental consulté a mi
compañero de asiento. Me miró de soslayo, negó con la cabeza y se
mantuvo como antes; en silencio.
A veces solía olvidar cosas
como nombres de personas, ciudades o el lugar donde pude haber dejado los
lentes. Nunca antes había sucedido que olvidara algo tan rutilante
como el destino de un viaje en pleno vuelo.
Procuré ante todo mantener la
calma. Estaba en eso, relajando la minuciosa respiración, cuando un
olor rancio y pestilente invadió el ambiente y se me metió,
visceral, bien adentro.
Mi alarma fue mayor cuando
comprendí que no recordaba tampoco el lugar de origen del vuelo, tal
vez mi patria. Huelo humo denso, como de carne mal asada.
Junto a un vértigo de doloroso
mareo sobrevino la peor de las dudas: no saber ni mi nombre ni qué
fue de mi vida. Cuál sería mi religión, mis anhelos, mis temores,
el olor de mi madre.
Sentí el aterrizar del avión
bajo mis pies. Mi acompañante de asiento me tomó del brazo e
impertérrito sentenció:
-Hemos llegado, señor Eichmann.
Muy bueno
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ResponderEliminarmuy bueno me encanta
Uhh.. qué fuerte!
ResponderEliminarAh muy bueno, jugaste con el impacto final
ResponderEliminarMuy Bueno, me encantó !!!
ResponderEliminarBuenísimo!
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