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Barco del olvido


       
Hoy casi te olvido, mañana volveré a intentarlo.
Proverbio del amazonas.
Me postulé como capitán sin dudarlo. Incluso poniendo en jaque un legajo sin reveces. Jamás analicé la certeza de hallar la ciudad perdida del otro lado del océano. Me urgía alejarme lo antes posible de mi tierra. Como un sino inclaudicable.
Tras abandonar el torvo mar comenzamos a surcar un ancho río marronado. Hubo extrañeza y pronto temor en los ojos de mis tripulantes. La mayoría forajidos en busca de un porvenir. Los tranquilicé con palabras de capitán. Les recordé acerca de los metálicos. Mis motivaciones eran bien distintas a las de ellos. Yo necesitaba olvidar una mujer.
En la mar se había aparecido de mil modos y a punto estuvo de tumbar la embarcación cuando emergió con forma de serpiente. Una grande de tres cabezas con sus respectivas lenguas.
Este calmo corredor de aguas marronadas parecía ser el remanso adecuado para mi penar. Cuánto me equivoqué. Enseguida se apareció en el brillar del sol contra la dulce masa de agua, en el verde follaje de las constantes orillas, en las flechas que pronto comenzaron a zumbar el cielo buscando el blondo corazón de mis tripulantes.
Pese a reiterados pedidos de retorno al mar entendí que no debía detenerme y continuar río arriba. El segmento borroso del horizonte y la verdad fueron entonces una misma cosa. Fuimos por la fortuna de mis tripulantes: el oro y la mía propia: el olvido.

       A causa de su imprudencia perdimos la mitad de la tripulación. Se volvió loco y debimos abandonarlo. Su última aberración fue echar anclas en lugar no recomendable y gritar a voz de cuello el nombre de una mujer. Enseguida saltó por la borda para iniciar un frenético nado hasta la orilla. Allí lo esperaban curiosos unos salvajes de ropaje liviano, los mismos que estuvieron lanzándonos flechas sin cesar durante días. Una vez en tierra, el capitán se abalanzó sobre uno de ellos. Abrió sus miembros para brindarle un abrazo efusivo. No podíamos creer lo que veíamos, ni nosotros ni ellos. Lo ultimaron en breve de un lanzazo. Si lo empalaron no lo sé, hay quienes lo afirman. Yo me puse al frente del navío, empeñoso en la pronta retirada.

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