Aprovechando que nadie observa y siento fuertes las piernas, me arriesgo a la intemperie y camino hacia la Gran Vía. Para dónde quedaba el paseo del Prado...
Sigo mi instinto militar. Cruzo la acera. Hay un sable en el suelo
que me nubla la vista. Me agacho para recogerlo. Al reincorporarme,
empuñando el curvo acero, todo se vuelve blanquecino. Como si Madrid
entera se tornase un desierto de nieve, pero hace calor, una nieve
de espuma caliente. Clavo el sable en el engrudo que asemeja a un suelo inverosímil y veo
como una grieta instantánea se forma bajo mis pies. En medio de la
grieta veo una multitud. Son niños.
Arrastrando los pies me acerco
al arenero, contra una serie de columpios atestados de infantes.
Estirando la guayabera abro los brazos y parece que modulo:
“Compañeros”, o puede que haya dicho: “Camaradas”. Unos se
dan vuelta, otros vitorean. Todos mocosos...
Hay quien nota que algo no anda
bien e interviene: “Abuelo, está perdido”. Tiene la camisa
desabotonada. Insiste: “Que hace deambulando por la plaza, aquí,
en plena Madrid”. Paso el revés de la mano por la sequedad de mi
boca y urgido explico: “Me dieron antojos de un helado de crema y
escapé de la mirada férrea de la familia, tan celosa de mis actos y
pensamientos”.
Una niña se arrima y ofrece acompañarme a casa. No creo que sea necesario, comunico. Esa niña madrileña no se da por vencida y me interpela acerca del
segundo plan quinquenal. Luego esgrime: “Perón Vuelve”. Río,
dejando al descubierto vastos dientes de blanco artificial. Como
estando en campaña, acaricio la frente de mi interlocutora. Otro niño
de ojos celestes con nariz puntiaguda se me cruza y comienza a
recitar de corrido las veinte verdades justicialistas.
Un
brusco mareo me tira para atrás. Busco el sable para clavar mi
humanidad; no lo encuentro. Pienso en él de inmediato. En mi
salvador. En cómo mandó de viaje mis achaques. Cómo mejoró mi próstata
por los masajes propinados con sus garfias manos. Alguien que no diviso entona
la marchita con tonada castiza. Tiemblo de emoción y lo veo meta
mandar esquelas vía Italia para recuperar a mi Eva. Tiene el
antídoto para realizar mi destino, pero me lo suministra de a
gotitas. Él es el dueño del frasco y ahí ya no es más mi
secretario sino mi jefe espiritual. Ya no es más Lopecito sino
Daniel.
Me siento desamparado y sudo. Un
niño va en busca de su madre para ayudarme a volver. Me toman de la
mano y me dejo llevar. No tengo voluntad, debo obedecer. Cierro los
ojos ya muy agotado de tanto andar. Un viento furioso me hace saltar
la gomina. Abro los ojos para ver... Camarones, mi tordillo, la
escopeta colgada. Miro a mis acompañantes para exigir explicaciones:
“Qué hace aca Daniel, y usted Chelita... Donde está el niño de
ojos celestes y su madre”.
López Rega con tono paternal
responde: No olvide mi General, que yo le manejo hasta sus sueños y
recuerdos. Ahora nos vamos a dormir una siesta reparadora que mañana
regresamos a la Patria.
esta muy bueno lo voy a leer de nuevo
ResponderEliminarestoy muy orgullosa de ti. ..sos muy creativo ..te quiero mucho...
ResponderEliminar