El cielo se vuelve plomizo, comienza a caer una lluvia fina, como de ceniza. En el almacén del barrio, tres señoras aguardan ser atendidas. Una, la que venía del coauffer y luce bien emperipollada, comenta por lo bajo: “Ha vuelto, la vi a la madrugada con ojos de espanto por el ventanal. Me levanté de la cama por una acidez que sufría en el estómago y, con un vaso de leche en la mano, la vi. Era ella, llevaba su blanca figura delgada debajo del rodete. La vi doblar por la esquina llevando a un niño de la mano. Uno que vive en la otra cuadra. Parece que como nunca tuvo hijos ahora se los roba ya crecidos. Es muy preocupante que vuelva y a robarse nuestros niños. También le vi los labios pintados de un rojo prohibido para una dama de bien. Chicas, tengo miedo de lo que pueda pasar, todavía recuerdo cuando nos llamó enemigos del pueblo y comenzó a desenrollar el alambre de fardo para colgarnos”. Una de las oyentes se acomoda la camisa y niega: “Esas son supercherías, sería incapaz de
Pensamiento Carretel