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Mostrando entradas de noviembre, 2018

Refundación

El cielo se vuelve plomizo, comienza a caer una lluvia fina, como de ceniza. En el almacén del barrio, tres señoras aguardan ser atendidas. Una, la que venía del coauffer y luce bien emperipollada, comenta por lo bajo: “Ha vuelto, la vi a la madrugada con ojos de espanto por el ventanal. Me levanté de la cama por una acidez que sufría en el estómago y, con un vaso de leche en la mano, la vi. Era ella, llevaba su blanca figura delgada debajo del rodete. La vi doblar por la esquina llevando a un niño de la mano. Uno que vive en la otra cuadra. Parece que como nunca tuvo hijos ahora se los roba ya crecidos. Es muy preocupante que vuelva y a robarse nuestros niños. También le vi los labios pintados de un rojo prohibido para una dama de bien. Chicas, tengo miedo de lo que pueda pasar, todavía recuerdo cuando nos llamó enemigos del pueblo y comenzó a desenrollar el alambre de fardo para colgarnos”. Una de las oyentes se acomoda la camisa y niega: “Esas son supercherías, sería incapaz de

Cruce eterno

Me piden que duerma, me recuerdan que estoy débil. Insisto con sobreponerme inmerso en una empresa en la que va uno y todos mis sueños y la de tanta gente que sufre el peor infortunio, el no sentirse libre. Que importancia tienen entonces estos 4000 metros de altitud y respirar los más helados vientos. Me urge tanto estar al mando de tremenda gesta militar. Una simple úlcera no impedirá que cumpla mi función. A cada paso debo recordar la estrategia a la artillería con fuerte voz de mando. Debo inculcarles mi experiencia en los Pirineos que si bien valiosa, fue realizada una sola vez y ya, muy distinto a este otro accionar bélico. Completo el séptimo día y en el arrecio de la noche me cubro con ponchos de lana. Un sueño se fricciona en el cráneo y me acompaña hasta el toque de dianas. El batallón de negros anda animoso. Canturrean canciones con extraños ritmos que pronto serán olvido. El resto del campamento, ensimismado, se prepara para la dura jornada. Se van consumiendo los fo

Campo Angelical

Todavía me parece mentira estar ingresando a la Honorable Cámara de Diputados. Pensar que hace poco vivía envuelto en semillas, agrotóxicos, compra de maquinaria y todo lo referido a un productor agropecuario. Siempre mi vida fue el campo. Se lo debo todo al viejo que me inició en la actividad y me forjó como persona. De niño fui criado con mi hermano, Dante. Éramos mellizos, pero el estar siempre juntos hizo que mimetizáramos hasta los gestos. Nuestra madre, ama de casa abnegada, varias veces se confundía. Aun así teníamos carácteres distintos. El Dante era más tranquilo y yo, el Alfredo, un poco más inquieto. Desde pequeño ayudé al viejo en el campo con los peones, me gustaba imitar las órdenes del papi. Una noche, en la sobremesa dijo: El Alfredo tiene voz de mando, va a seguir mis pasos y quien sabe si se mete en la política; es fuerte como la planta que espera rabiosamente al sol. En cambio el Dante es más intrometido, como una semilla que yace bajo de la planta, útil pero

El Dragón

        El hombre montado a su caballo fue en busca de su enemigo histórico: El Dragón. Veloz logró alcanzarlo y darle su merecido con una larga espada helada. El dragón en un quejido sordo se tumbó dentro del fuego de baba. El caballo, espectador de lujo, se reflejó en él a través de la selección natural de las especies. Enseguida se vislumbró muerto frente a ese espejo inefable.