Me
piden que duerma, me recuerdan que estoy débil. Insisto con
sobreponerme inmerso en una empresa en la que va uno y todos mis
sueños y la de tanta gente que sufre el peor infortunio, el no
sentirse libre. Que importancia tienen entonces estos 4000 metros de
altitud y respirar los más helados vientos. Me urge tanto estar al
mando de tremenda gesta militar. Una simple úlcera no impedirá que
cumpla mi función. A cada paso debo recordar la estrategia a la
artillería con fuerte voz de mando. Debo inculcarles mi experiencia
en los Pirineos que si bien valiosa, fue realizada una sola vez y ya,
muy distinto a este otro accionar bélico.
Completo
el séptimo día y en el arrecio de la noche me cubro con ponchos de
lana. Un sueño se fricciona en el cráneo y me acompaña hasta el
toque de dianas. El batallón de negros anda animoso. Canturrean
canciones con extraños ritmos que pronto serán olvido. El resto del
campamento, ensimismado, se prepara para la dura jornada. Se van
consumiendo los fogones. El silencio de las mulas auguran su
cansancio.
Con
las primeras luces del alba miro allí arriba a través de un manto
neblinoso. Diviso con esfuerzo esa nieve chorreada que pronto será
recreada tal vez en Salta o el Litoral con algodón. Alcanzo los
macizos que me rodean; serán posiblemente de tierra y yerba adherida
sobre un papel duro, luego sometidos al ojo estricto de una maestra.
Tomo conciencia que este cruce de los Andes no será el único que
realice. En que muñeco de caballo me harán repetir la hazaña una y
otra vez. Con qué voz chillona resurgiré blandiendo mi sable al
grito de: “Seamos libres, que lo demás no importa nada”.
Comprendo que este será el único cruce que haré estando enfermo,
los otros serán con el ahínco propio de la efeméride.
Me
incorporo para continuar el primero de los cruces, las rodillas se
doblegan y recuéstome nuevamente en improvizado catre. La fiebre
aumenta descarada. Logro advertir que aunque me resista, la historia
me llevará hacia el objetivo impuesto. Arranca la marcha del
ejército. Los Godos serán derrotados una vez, pero mi encuentro
para con ellos se multiplicará algunas veces más en fervorosas
ceremonias. Miles de hombres serán libres mientras uno quedará
encadenado a un ritual eterno.
En
una camilla sanitaria me dejo conducir, por un mestizo y un negro, al
bronce eterno que me aguarda del otro lado de la Cordillera.
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