El
cielo se vuelve plomizo, comienza a caer una lluvia fina, como de
ceniza. En el almacén del barrio, tres señoras aguardan ser
atendidas. Una, la que venía del coauffer y luce bien emperipollada,
comenta por lo bajo: “Ha vuelto, la vi a la madrugada con ojos de
espanto por el ventanal. Me levanté de la cama por una acidez que
sufría en el estómago y, con un vaso de leche en la mano, la vi.
Era ella, llevaba su blanca figura delgada debajo del rodete. La vi
doblar por la esquina llevando a un niño de la mano. Uno que vive en
la otra cuadra. Parece que como nunca tuvo hijos ahora se los roba ya
crecidos. Es muy preocupante que vuelva y a robarse nuestros niños.
También le vi los labios pintados de un rojo prohibido para una dama
de bien. Chicas, tengo miedo de lo que pueda pasar, todavía recuerdo
cuando nos llamó enemigos del pueblo y comenzó a desenrollar el
alambre de fardo para colgarnos”.
Una
de las oyentes se acomoda la camisa y niega: “Esas son
supercherías, sería incapaz de una cosa así, ni la otra. Lo qué
si debo reconocer es que fue una madrugada muy particular. El Cacho
no paraba de roncar, como siempre, y eso me tenía en vela cuando oí
algo inusual. Como un pim pum pam contra la fachada de la casa. Eran
los mismos pim pum pam que que se oían cuando en aquellos tiempos
los chicos jugaban fútbol en la vereda esperando los campeonatos,
era lindo ver sus caras de emoción. Miré el reloj y eran las 3 am.
Por la repetición de los ruidos no era uno o dos pibes sino una
multitud de pibes. Me asusté por el desconcierto y como pude volví
a la cama esperando que todo pasara. Luego de un rato los pim pum pam
cesaron y quedé a solas con los ronquidos de Cacho”.
La
tercer señora había abierto grandes los ojos y tuvo lo suyo para
decir: “Ah, pero entonces no fue un sueño lo mío. También
escuché un sonido lejano, movido por el motor de un recuerdo. Era el
de esas viejas máquinas de coser que usaba mamá. Si la hubieran
visto como accionaba el pedal y entonces se deslizaba el hilo
abandonando el carretel. Me pareció verlo y creo que lloré. Cerré
los ojos y ocurrió otra cosa inexplicable: sentí en la boca sabor a
sidra y pan dulce. Les juro que de noche solamente tomo té y una
sopa, además estamos en invierno. Luego dormí en el más
maravilloso sueño que haya recordado últimamente”.
La
primer mujer quedó momificada, con la cartera en la mano. Alcanzó a
susurrar: “Y pensar que creímos que con el bendito cáncer nos
librábamos de ella para siempre”. La mujer de Cacho replicó: “La
envidia de los sapos nunca tapará el canto de los ruiseñores.
Además mientras destilan su envidia, con sus cenizas levantaremos su
bandera y construiremos la patria de los humildes”. La hija de la
señora con la máquina de coser no se quedó callada: “Como
maldecía ella; le tengo más miedo al frío de los corazones de los
compañeros que se olvidan de donde vinieron, que al de los putos
oligarcas. No olvido cuando en la plaza le cantamos al que te dije:
Si viviera, sería montonera”.
El
almacenero llamó: “quién sigue”. La charla se interrumpió y las
señoras se abocaron a sus mandados. Una piba con pañuelo verde
atado a la muñeca había terminado de comprar cien de salame y cien
de queso. De espalda fue testigo de todo lo dicho. Al retirarse miró a las tres señoras y, aferrada al fiambre, pronunció: “Vuelve, siempre está volviendo”.
y volvera ........ muy bueno me gusto
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