Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de junio, 2022

Final de siesta

       Esa mañana de inmenso calor se la pasó parado frente a su cosecha de algodón. La azada aun tendida contra el suelo. Otra vez examinó la producción, mientras introducía una de sus manos por debajo del sombrero para rascarse la cabeza. Solo capullos mustios y amarillentos. Lo asaltó un pensamiento recurrente: no podía dominar la selva ni las continuas lluvias que malograban todo lo que plantaba.      Regresó hacia la casa. Los mellizos continuaban sentados en el banco del jardín. Los miró como ajenos, como si ya no fueran sus hijos. Comprobó con terror el pasto crecido y los yuyos desquiciados, a punto ya de embestir contra las paredes. Sintió que iba a llorar pero no lo hizo. En la cocina encontró a la pequeña Ana, dibujaba animalitos con lápices de colores en un cuaderno gastado. Pasó a su lado entrecerrando los ojos. Del perchero descolgó la escopeta y se fue inclinado hacia los recortes enrevesados del monte.      Almorzaron en silencio el resultado exiguo de la caza

Boliche de Roberto

  En el barrio de Almagro, en un solar ubicado sobre Bulnes casi Cangallo, se encuentra el Boliche de Roberto. Allí me acerqué arrastrando el dolor de ser desairado por la mujer que amaba. Ingresé dándole la espalda al comienzo de una leve garúa. Enclavado en la cintura sentí el recodo de mi cuchillo, por si acaso, tal vez no fuera el único en conducir tan ansioso metal. Con un golpe de vista al ambiente me abrí paso. Sobre unos estantes yacían botellas envueltas en polvo y tiempo. Un poco más arriba, el techo abovedado color rojizo; mi cielo durante largas noches. Me instalé en una mesa chiquita, ubicada hacia el fondo del local. Acodado contra el respaldo de la silla me aferré a un trago de mueca amarga mientras se devanaba en el aire una voz y una guitarra. Cierto tango o milonga propiciaban la detención del tiempo, adormeciendo mi pena. Bebí otro trago y uno más. Brotó un pensamiento tenaz: ir a buscarla a la casa para echarle las profusas sombras de mis inviernos en su ser. Ent

Equipado

      Comencé a armar la valija una semana antes de mi primer viaje a Europa. Me iba por un mes y medio; una eternidad indefinible. Me esperaban Barcelona y Madrid, tal vez recorrería Francia, en una de ésas Alemania. De pronto sentí la feroz angustia del desarraigo, de hallarme desnudo ante el precipicio hondo de ajenas lenguas y costumbres. Procuré llevar cosas que hiciesen menos duro el trauma que ya me acorralaba. Luego de algunas ropas y artículos de higiene, metí de cuajo el banco de plaza Almagro donde suelo escribir frases nimias, un tablón de la cancha de Ferro en el cual se ahogaron mil gritos e ilusiones, la colección completa de Borges tapa dura que tanto ojeé y poco comprendí, la obstinada humedad de un rincón del baño, los agitados silencios de un amor, dos cajas ansiosas de Vasco Viejo , una bandeja de milanesas cocinadas esa mañana por mi abuela, una bolsa de caramelos Media Hora repleta de etanol, las recurrentes pesadillas del choque frontal en una calle desolada y l