Una noche ingresó a mi casa, no sé si por la puerta o acaso alguna ventana mal cerrada. Fue ocupando de inmediato todos los rincones y sentí ahogo en el pecho. El comienzo del tormento. Vació la heladera, la alacena, luego se echó en la cama, en mis sueños. Intenté mil modos de librarme de tal cosa; no hubo artimaña efectiva. Alguna vez nos reímos juntos, pero fue una risa que pronto se volvió convulsiva, pegajosa; fue todo todavía peor. La sensación de ahogo se incrementó descomunalmente. Tomé una decisión drástica. Aun cuando la punta fría de la bala iba perforando la frondosa masa del cerebro, no dejé de advertir que seguía ahí, acechándome hasta el último suspiro.
Jamás olvidaré esa mañana que, envuelto en aire frenético, decidí vaciar el placard de mi habitación. Por entonces salía poco y qué sentido tanta ropa. Terminó ovillada en bolsas de consorcio negras que ubiqué en un rincón del living. Procedí luego a quitar estantes, barrales y accesorios. Le di tres manos de pintura celeste para piscina a las paredes y al piso que recubrí de tierra, piedras y plantas oxigenadoras. Ambientación con dibujos de caracolas y otros motivos marinos en los laterales y el fondo. Por último, eliminé las puertas, colocando un vidrio biselado adherido con silicona. En la parte superior dejé una abertura por donde ingresar agua, alimentos, tal vez acariciarlo. La espuma de sueños se zambulló como un reguero en esa caverna hendida y bien sellada. Las primeras horas, los primeros días, lo observaba desde la cama y me hundía en horas entretenidas. Puede quedarse inmóvil durante horas. Adoraba su sigilo prolongado. De repente se iza por el agua y gra
Me erizo la piel....
ResponderEliminarMuy fuerte!!!!
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