Apenas
volvimos del recreo la señorita me hizo pasar al frente. Debía leer
mi narración. Comencé a sudar mientras sacaba el bollo de papel
donde hacía recién, en un rincón del patio, había escrito entre
llantos y apuros. Las miradas burlonas de mis compañeros y la
impávida de la maestra, se posaron en mi. Inicié la lectura:
“Tema:
La escuela. La escuela es un lugar que odio. No me gusta la tarea ni
que me reprueben porque en casa se enojan conmigo y tantas otras
cosas. Como muchos saben mi papá es policia, pocos saben que a veces
llega ebrio y nos pega a mi mamá y a mí. Al principio venía a la
escuela aliviado de no estar en casa y verlo. Pronto comenzaron a
agredirme también en la escuela. Gordo, Gordo trolo. Alguna patada
en el culo, escupitajos y esas cosas. Por eso no me gusta la escuela.
La señorita siempre se hizo la distraída y la única vez que le
conté lo que me pasaba me dijo: no sea alcahuete y arregle sus
problemas como hombrecito que es.”
Perdón
que llore, sigo: “Hoy mi papá resultó estar enfermo y se pidió
licencia. Antes de abandonar la casa me guardé algo en el
portafolios. La voy a sacar para que la vean y vean de lo que soy
capaz. Y así, señorita, termino mi narración...”
Sin
permitir que me califique le agujereé el delantal y se lo dejé bien
rojo. Luego me di vuelta buscando a esos compañeros que se parecían
más a mi padre. Entre gritos y súplicas fui disparando a los cuatro
o cinco más parecidos.
Despierto
sobresaltado con todo el pecho lleno de angustia, a punto de
reventar. Bajo a desayunar. Mientras me abrocho los botones del
guardapolvo noto la ausencia de mi padre. “Amaneció
con fiebre, hoy se queda en cama”, dice mamá temblando. Salgo para la escuela entusiasta.
Una narrativa mordaz y explícita sobre los resultados de hogares disfuncionales, combinados con la desidia de la sociedad actual en su costado más cruel. Me gustó.
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