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Como te ven te tratan

 

Estoy viviendo las horas más difíciles, esas que uno jamás cree que vayan a ocurrir. Pero así son las cosas. Una multitud de personas la acompañan arrojando rosas rococó rosado por la avenida Libertador hacia el norte de la ciudad. Pareciera ir por una eterna alfombra roja directo a su morada definitiva. A primera hora me aposté con unos binoculares desde la vereda enfrentada a su casa para comprobar la noticia. No pude resistir tanta verdad y regresé a mi departamento de Almagro a llorarla en solitario. Mi único consuelo fue saber que falleció en su cama rodeada de objetos y recuerdos preciados, tal como había ordenado.

Cuando murió mamá sentí la misma tristeza desoladora y a poco estuve de cometer una locura. Recuerdo perfectamente el combo de pastillas que me había preparado para acabar con todo; estaba vacío. Lo decidí el mismísimo día del entierro. Antes preparé un churrasco con ensalada y prendí la tele como hacíamos cuando estaba viva. En aquel momento no me di cuenta, pero luego entendí el hecho como un ritual. Ese programa estaba radiante, recuerdo que almorzó Pablito Marcotte vestido con su delantal de doctor. Inevitable, su presencia me hizo acordar a mamá; había entre las dos una asimetría perfecta. Quedé absorto, más que antes cuando la veía con mami, analizando los refinados movimientos de sus manos, su impertinente locuacidad que tan bien le asentaba, esos ojos color del tiempo, en fin; todo ella. Y tras tanta incisiva elegancia y su remanido carácter pude vislumbrar un torrente oculto de fragilidad. Verla me hizo entender que tenía un motivo para seguir: cuidar su figura y, con eso, el recuerdo de mamá.

A partir de entonces comencé a seguirla por todos lados para sentirla cerca y tal vez, aunque más no fuera, lograr un cruce de miradas. Total, soñar no cuesta nada. Cuando anunciaba en su programa que iría a ver una obra de teatro me apresuraba por sacar una o dos entradas en las primeras filas. Así me la encontré algunas veces en obras de comedia picarescas y hasta en una dramática de Alfredo Alcón. Luego esperaba en el hall y la observaba desde lejos; era imposible no hacerlo pues su postura de diva con tanto glamour magnetizaba no solo a mí sino a todos los presentes. En una libretita anotaba cada fecha y lugar donde la veía, que vestido llevaba puesto, cuantas veces sonreía e inclusive las características del peinado. El corazón me latía de un modo brutal.

Averigüé que los sábados se juntaba con Coca y Calabró a cenar en un restaurant del bajo, por avenida Corrientes. A veces aparecían también Juan Carlos Mesa y su esposa. En una ocasión reservé una mesita sobre un lateral del local, cerca del los baños. Desde ahí pude visualizarla bien a mis anchas. Me entretenía adivinando o imaginando que cosa charlaba con los otros comensales. Me sorprendí en un determinado momento de la noche en que El Contra le hizo un comentario que no fue nada de su agrado y yo, que estaba cortando un pastel de papas con el cuchillo, casi me levanto con gusto a rabia para clavarlo profundo bajo la camisa. "Calmate Raúl", me dije y coloqué un cubito de hielo en la frente. Tomando un largo vaso de soda entendí que si quería cuidarla eficazmente debía sofrenar mis impulsos. Aun así, antes de abandonar el lugar, pasé por su mesa y de soslayo la miré embobado no sin antes deslizar pesadamente mi mano chorreada de aceite por el saco clarito de Cala, que estaba apoyado en el respaldo de su silla.

Ella se movía con el chofer y con Elba que le tenía las cosas, a veces, descubrí, con desgano. Luego de varios años de servicio la internaron en un geriátrico, ahí Elvira ocupó su lugar. Fueron momentos de cambios profundos ya que su marido había muerto hacía unos pocos meses. Recuerdo que con mamá lloramos sin parar cuando con ese vigor único que tenía se presentó a hacer el programa para no defraudar a su público a pesar de que el cuerpo de su amado Daniel Tinayre seguía calentito. Por suerte para ese entonces tenía el incondicional apoyo de Carlitos Rottemberg; un tipazo.

No me perdía un solo programa y procuraba estar siempre cerca suyo para defenderla de cualquier cosa mala que pudieran hacerle. Usted sabe que las estrellas del espectáculo tienen miles de personas que las aman y no pocas que las envidian y quieren verlas destruidas. Tenía a mi favor que prácticamente no trabajaba gracias a cobrar una pensión por discapacidad. Por carta no se ve pero tengo una mano tullida desde mi nacimiento que así lo acredita. Pocos la han visto pues siempre la llevo oculta con hidalguía en el bolsillo de algún saco o campera, aun en verano. «Como te ven, te tratan», decía la más grande, «y si te ven mal, te maltratan», agregaba con ese ingenio sin igual. Sus palabras resuenan cada vez que salgo a la calle y me protegen, tal como lo hacían las de mamá cuando estaba conmigo. No puedo ya pensar en una sin la otra, es como si se hubieran hecho una sola presencia en mí; como una unidad inalterable. Son ambas mi fortaleza espiritual. Cada vez que encendía el televisor y aparecía Mirtha era como volver a abrazar a mamá.

Usted, Nahuél, ha seguido con más decoro los pasos de su padre y es de esas personas que necesito para que se siga recordándola con esos informes tan buenos que hace. Su padre qepd, en su momento fue impiadoso con Mirtha aunque luego, merced a su inmensa generosidad, lo perdonó y gracias a eso se reconciliaron. Ahora voy a contarle un secreto que guardo hace muchos años. Sabrá entender que mi accionar fue motivado por defender a mi genia idolatrada. Tal vez recuerde cuando con su hermano casi mueren por una pérdida de monóxido en su casa de zona sur... bueno, harto de las amenazas de su padre Luis, fui decidido hasta la vivienda familiar a recuperar esa carta con que la extorsionaba. Esa carta donde Danielito hablaba pestes de su madre; y que hijo no hizo eso alguna vez... La cuestión es que me inmiscuí en la propiedad munido de una ganzúa y una habilidad, tal vez la única, que me deparó la malformación en la mano derecha: es hiper sensible para abrir puertas ajenas. Lo cierto es que arribé hasta el archivo de su padre y me llevé una caja de zapatos grande donde estaba todo el material que había recolectado minuciosamente sobre Mirtha Legrand. Era un museo viviente que en mis manos estaría bien cuidado. Allí estaba la maldita carta, yo no sabía que había una copia en microfilme en una caja de seguridad del centro, sino hubiera ido a ese banco a recuperarla. Antes de abandonar la casa, siempre pensando que estaba solo Luis, tapé el tiraje de la estufa con una media de fútbol que encontré en el suelo. Por fortuna la casa tenía techos altos y pudieron contarla. Esta colección ya no me pertenece y la devuelvo: la he dejado en la dirección de correo anotada al dorso de la carta.

Su padre estaría muy orgulloso de usted, aprendió lo mejor de él y afortunadamente dejó de lado ciertos vicios de chantajista que profesaba. Además de la caja que robé le voy a dejar un par de anécdotas para que cuente en su programa tan mirado por la teleaudiencia: Recuerda cuando Silvana Suáres la dejó plantada a Mirtha en medio del almuerzo... eso no se hace. También recordará que una semana después casi se mata camino a Punta del Este... fui yo. Crucé a Uruguay en la Cacciola y en una semana ya le había aflojado los frenos del auto. Se salvó de milagro pero que susto se pegó la loca. Una ex miss mundo recién separada es un peligro. Todos supusieron que detrás del atentado estaba su ex marido, un famoso empresario de los medios. Esa noche comí un chivito por Gorlero y al otro día volví a la patria sin levantar sospechas.

Me voy a preparar el almuerzo y sigo. Se me entrecruzan imágenes a todo vértigo... mis escapadas a Mar del Plata para verla reluciente en la terraza del Costa Galana. No sabe el cartel que hice con letras brillantes: «Mirtha, sos todo para mi, te sigo desde Almagro», un día lo leyó y no paré de llorar hasta la hora de la cena en el hotel del sindicato donde me hospedaba. Yo odiaba a los seguidores más fanáticos que la asediaban; al ídolo hay que dejarlo en paz, admirarlo en silencio. Una sola vez le hablé y me arrepiento hasta el día de hoy, pues pude arruinarlo todo. Fue en un pasillo que daba a los baños de un cine de la peatonal Lavalle. Ella se me apareció de frente en el angosto corredor. Iba inusualmente sola, apresurada por una necesidad fisiológica. Yo en cambio ya regresaba de hacer pis. Me interpuse en su paso y ella pareció asustarse por el modo brusco de mis movimientos. Noté enseguida una mirada huidiza, hermana del temor. La misma mirada que utilizó Paulina en el filme La Patota. En modo repentino el pasillo se volvió mísero y lúgubre y una caprichosa neblina lo había invadido todo. Aturdido recreé mentalmente cuando uno de los muchachos la viola despiadado, tomando la delantera en el abuso carnal; luego la violaría el resto de la numerosa patota. De pronto me sentí, de modo muy real, interpretando a ese animal. Debía actuar rápido para cambiar la fea impresión que le había producido y la dejó completamente inmovilizada. Con voz tierna y quebrada le dije que con mi mamá la veíamos siempre. Me respondió con su habitual espontaneidad: “Y el resto de la familia, no?” Me desarmó su respuesta y, con la mano tullida en el bolsillo, solo pude ver como se alejaba majestuosamente.

Anote ésta, Nahuel: al modisto de cuarta ese de las iniciales RP, que yo llamo Re Pelotudo, le prendí fuego uno de sus locales más concurridos. Perdió miles de dólares en trajes y vestidos esa noche. ¿Recuerda no? El muy imbécil salió a declarar que había tenido un encuentro sexual en una fiesta privada con Danielito. Cuando vi en mi televisor la furia de sus ojos se me partió el alma en cuatro y salí disparado a vengar tal ultraje. Nadie se mete con ella, nadie se metía mientras estaba viva. Si se atrevían a hacerle la guerra yo era su soldado número uno y cavaba la trinchera en cualquier terreno por más hostil que fuera. Lo feliz que estaría mamá si hubiese visto como la defendí a sol y sombra. No se imagina lo que fue mi cara llena de satisfacción, iluminada por decenas de brillosos vestidos que ardían colgados como fantasmas bailando sobre sus perchas.

Esto muy pocos lo saben, pero hubo un reconocido cirujano que realizó una alevosa mala praxis sobre su adorable rostro. Se pasó en el estiramiento y esto provocó la burla de los antiMirtha y la congoja de sus miles de seguidores. La cosa es que en represalia le desvalijamos la casa un verano de ese año. Para ser preciso, yo violenté la puerta con mis habilidades innatas y dejé que la banda hiciera lo suyo. Cobré lo mío y ya. Tenía ese tipo de entradas extras para solventar los viajes, comidas y espectáculos, siempre siguiéndole los pasos. La pensión no alcanza para tanto y con mi don pude hacer algunos trabajitos. Habían dos o tres bandas de muchachos que cada tanto solicitaban mis servicios. Una era la del famoso Vittete. Yo era claro: abro pero no ingreso a propiedades ni mucho menos a instituciones bancarias. No se olvide que Punta del Este es muy caro y yo iba todos los veranos para verla desde las penumbras, cuidando cada uno de sus movimientos.

Tres veces viajé hasta Villa Cañás, y me pongo de pie, tras sus pasos. En la primera también estaba Alfonsín y se llovió todo. Iban a declarar el nombramiento de pueblo a ciudad. Noté cierto malestar en el palco, cierta manifiesta tensión. Entre ellos algo no estaba bien y me preocupé. Luego me enteré que Mirtha había dicho algo que a Alfonsín no le gustó y eso generó que en su propio terruño ni siquiera la salude... Hijo de puta: es una artista, no una analista política, aunque estaba informada de todo y era la defensora número uno de la argentinidad. El presidente se fue enseguida del acto con esa pésima actitud hacia una figura pública; la más notable de todas. Aquello era un diluvio torrencial; se fue pálido y estornudando. A poco estuve de perjudicarle los frenos del auto presidencial pero me contuve porque mamá lo había votado y le gustaba su grandilocuente oratoria. Lo hubiera hecho sin dudarlo de haber sabido que poco tiempo después la iba a censurar, sacándola de la televisión: en un gobierno democrático. Miles de pollos quedaron aguándose sobre las parrillas y luego hubo que tirarlos... en un país con hambre; ese fue el principio del fracaso del gobierno radical.

La última vez que estuve ahí me dirigí a la casa donde nació. Había instalada en el frente una bicicletería. No la prendí fuego porque era patrimonio del universo artístico. Si le pinché las ruedas y corté los frenos a todas las bicicletas y a un par de triciclos que había apostados en la vereda. Era la hora de la siesta y fue pan comido. Volví por la ruta 7 feliz por haber vengado el honor de mi adorada. La razón: el propietario se había negado en un principio a venderle la casa a Mirtha y luego, el bandido, le pidió una millonada. La Chiqui quería hacer un museo para levantar el turismo en el pueblo y terminó contando en su programa los pormenores de la transacción fallida, además dijo que la casa estaba que se venía abajo. El infeliz propietario, cuando lo entrevistaron para un medio provincial, declaró que la fachada de la casa estaba toda arrugada al igual que la cara de Mirtha y si quería la casa más linda que le regalara unos baldes de pintura. Una canallada que tuvo su amarga recompensa con los destrozos que le ocasioné. Ése, antes de nombrarla se lava la lengua con lavandina ocho veces. Con mi Renault 12 llegué de noche a mi pequeño departamento de Almagro.

Para ese entonces estaba conviviendo con Elena y me esperó con la cena lista. Creo que fue pizza casera. Al cabo de unos meses de la muerte de mamá, pese a la compañía de Mirtha, sentí por primera vez eso que se denomina soledad. Nunca había salido con mujeres salvo ocasionales y en cabarets. Mamá me decía: “Raúl, vas a cumplir cuarenta y ocho años y no te has casado aún”... A mí no me interesaban esas cosas ya que tenía que cuidar de mamá. Pero tras su muerte conocí a Elena en la plaza Almagro Su nombre me fascinó: el mismo que usaba en Los martes, orquídeas. Era dos años mayor que yo, tenía una cintura generosa y hablaba mucho. Pese a ello cocinaba rico y me hacía compañía. Vivía en una pensión nauseabunda por la calle Valentín Gómez y de lástima la traje a vivir conmigo. Me arrepentí cuando una noche viendo La cigarra no es un bicho, me dijo: “aburrida y en blanco y negro... un plomazo”. Esa noche estaba cansado y se la dejé pasar. En el dormitorio de mamá hicimos nuestro nido. Era el cuarto más amplio y estaba la cama matrimonial. Para mi sorpresa se fue manifestando insaciable en cuestiones de sexo y me sometía a sus pliegues ocultos entre tanta carne abdominal. Al principio iba de modo obediente pero pronto comprendí que cada encuentro desaforado con ella me restaba vasta energía para mi única gran obligación que era cuidar a mi verdadero amor. Al principio tuve que vencer mis miedos ya que casi ni había vuelto a ingresar en esa pieza sagrada, salvo para llorarla. Le pedí a Elena que no tocara nada, ni una foto, ni mucho menos el póster de Mirtha colgado en la pared. Debo confesar que, no pocas veces, mientras penetraba sin cesar a Elena hasta desfallecer, conseguía llegar al ansiado orgasmo mirando el afiche de Chiquita. También le permitía que se pusiera alguna ropa de mamá, ambas tenían una talla similar: como de matrona.

La convivencia funcionó bien seis o siete meses, con alguna discusión boba como ocurre en toda pareja que luego subsanábamos en la cama matrimonial. Hasta que un día me encontró en el sillón del living a las tres de la mañana viendo una repetición de Almorzando, creo que el programa en que se le prende la torta al actor del Pulpo Negro. Con lagañas en los ojos y recostando su brutal cuerpo contra el marco de la puerta me susurró: “Negrito, vení y tocame con esa manito mágica donde ya sabes...” La torta se prendía fuego y casi la barba del cumpleañero, le pedí que me esperara en la cama, que en un ratito iba. Refunfuñó y dijo algo del todo impertinente: “Dejá de ver a esa vieja chota y haceme tuya”. Paré la videocassettera y quedó la imagen de Mirtha congelada entre el humo del estudio, con un gesto como pidiendo ayuda, creo que a Elvira. Con cara de loco y una ganzúa en la mano la arrié hasta el ascensor y de ahí sin pausa hasta la puerta de calle. Lloraba como nunca vi llorar a una mujer, ni a las actrices del cine de oro. Salió con lo puesto: el pijama de mamá. Luego le arrojé sus pocas pertenencias por el balcón, que se estrellaron sobre la vereda. Me maldijo durante un par de semanas delante de los vecinos, poco me importó. Tras varios escándalos desapareció del barrio. Lamenté mucho que se llevara el pijama favorito de mamá. Ahí entendí que no podía amar a Mirtha y a otra mujer. Cada tanto me alivianaba en algún cabaret del Abasto.

Hice muchas cosas por ella y no me arrepiento de ninguna. Uh, me acabo de acordar cuando me hice pasar por un aficionado de los ovnis. El motivo: averiguar si desde la escuela que dirigía Fabio Serpa estaban complotando un plan demencial para destruirla. Tenía contactos diseminados por todos lados. Pude mezclarme entre esos locos y descubrir que estaban indagando acerca de si Mirtha Legrand no provenía de otro planeta. La investigación decía corroborar que el día que nació Goldi hubo un destello nacarado fortísimo que surcó el cielo de Villa Cañas. También decía que el padre al amanecer vio una figura de morfología ovoideal en el campo lindero y que la figura estaba rodeada por pasto quemado. Mire que locura y oiga esto otro: que de la especie de huevo salió abrupta una criatura extraña que el padre levantó y enseguida puso sobre su pecho. A upa la llevó a la casa y le construyó una cuna al lado de la de Silvia. Según el delirio escrito en ese informe, esta criatura en pocos días fue asimilando las facciones de Silvia hasta ser idénticas. El matrimonio Martínez Suárez mantuvo todo en secreto y cuando se asomaron por el pueblo, anoticiaron la novedad:  tuvimos mellizas. El extraterrestre, según ellos, tenía una inteligencia super nova para adaptarse a cualquier situación y una memoria prodigiosa nunca vista en un ser humano. Ese escrito era tremendo y además decía que el padre a causa del extraño fenómeno comenzó a emborracharse y tener visiones; como la que tuvo cuando viajaba a Rosario para ver a las nenas y a Josecito que ya vivían en Rosario con su madre, la maestra. La luz de una nave nodriza se depositó en la ruta dejándolo enceguecido. Producto de ello se despistó y el coche rodó por la banquina. Sufrió serias heridas que al cabo de días le provocaron la muerte. Otra parte del informe comparaba el rostro y la postura corporal de una y otra melliza. Había fotos en serie desde que eran niñas hasta los casi ochenta años. Señalaba que mientras Silvia había perdido la memoria y estaba toda llena de arrugas y encorvada; Mirtha, todo lo contrario, parecía su hija. Anotaron que a ese ritmo podría llegar a vivir cientocincuenta años... También encontré unos manuscritos donde se instaba a averiguar si Claudio María Domínguez no pertenecería a este tipo de fenómenos alienígenas, ni lo leí: no me interesaba ese pelotudo. Como se imaginará, prendí fuego esos informes nefastos con la sede de la escuela y todo. A causa de este siniestro, Serpa falleció de tristeza al poco tiempo. Un ser sin límites capaz de adorar las sombras dulces de sus mentiras.

Y ahora que se nos fue es como increíble prender la tele y no verla, es durísimo. Recuerdo que cada fin de ciclo ella anunciaba su retiro de la televisión y con mamá nos abrazábamos llorando con una sensación de orfandad que solo aquel que lo ha sufrido puede llegar a percibir lo feo que se siente. Esto es otra cosa, ahora se fue para siempre y tengo un nudo gigante en la garganta. Nos dio su vida para hacernos felices y vaya si lo fuimos.

Hubo otro hecho que me desveló durante varias noches. Fue el recordado robo de las joyas. Cuando me enteré lo que le habían sustraído no me hizo falta verla para saber que estaría descompuesta de dolor y no poco pañuelos alcanzarían para frenar su llanto. Me comuniqué con todos mis contactos, aun los de la peor calaña. Llevé a cabo una investigación paralela al de la policía y la justicia. Fue una tarea ardua donde puse en riesgo mi vida como nunca antes. Me sumergí en lo más bajo del mundo del delito. Hubo abatidos, no confesaré si fui yo un asesino, pero sepa que iba armado. No creo que haya cumplido mi labor como correspondía pues no recuperé ni una quinta parte de lo robado. Sucede que comencé a tirar de una madeja complicada: narcotráfico, mafia policial, jueces corruptos... fui hasta donde pude. Si me tranquilizó saber que Mirtha se volvió a encontrar con su anillo de casamiento, algunas alhajas queridas y unos pañuelos con sus iniciales bordadas. Se lo hice llegar anonimamente por una interposita persona. Sé, pese a todo lo que sufrió, que recuperar el anillo la alegró mucho. Nunca hizo público estas apariciones por temor a que creyeran que estaba involucrada en los asesinatos y así tomaran represalias contra ella o su familia.

Guardemé un capítulo para el degenerado de Rulitos, tipo despreciable como hombre y como político, vende patria como pocos. Pero lo que padeció Mirtha por la aberración biológica que le propinó a su nieta Juanita no tiene palabra ni vilipendio en el diccionario. No hará falta recordar que cursaba su séptimo mes de embarazo... se despachó ante los medios gráficos con una acción que ni un animal haría. Lo esperé estacionado frente a su casa de Palermo dispuesto a darle el susto de su vida. Iba a meterlo en la furgoneta alquilada para la ocasión y allí torturarlo minuciosamente. El plan era pelarlo al ras, quitando esos rulos repugnantes de su cabeza altanera. En seguida lo desnudaría para introducirle en su recto corrompido un frasco con semen de toro campeón que obtuve durante una visita furtiva por la pampa húmeda. Cuando estaba por abordarlo para echarle justicia dediva se apareció una columna de la murga Los atrevidos por costumbre y desbarataron mi propósito. El que llevaba el estandarte me arrebató el frasquito y se lo fue bebiendo al compás de los redoblantes. Luego me enteré que terminó internado en el hospital Fernández con un cuadro severo de intoxicación. Rulito se percató que algo sospechoso había ocurrido y al poco tiempo fugó para Estados Unidos a realizar maestrías en distintas universidades. Eso estaba fuera de mi presupuesto y lo lamenté sobre manera.

Nonagenaria ya, manifestó que le hubiera encantado que el general Perón la sedujera tal como hizo con Eva Duarte. Eso fue un giro en su pensamiento ocurrido cuando un gobierno de nefasto presidente puso en jaque la casa de teatro que tanto amaba y por sus políticas económicas dejó al país sin producir cinematografía. Lloró cuando se enteró que comida almacenada se estaba pudriendo en galpones mientras había niños con la panza vacía. Se puso a la cabeza de la resistencia y poco le importó que la descalificaran diciendo que se había vuelto peronista y una kuka. Es más, fueron los años donde se sintió más cerca del pueblo que tanto la adoraba. Eran épocas de mucha represión y de fuerte custodia a ese ser aduendado merecedor del pabellón psiquiátrico. No voy a entrar en detalles de como burlé la custodia de Olivos, pero fui autor partícipe y necesario de la asonada muerte del Conan clonado. Con mi mano maestra abrí el canil y empuñando una daga curvada hundí en la zona más sensible del can al grito de: "Hijo de perra, si te metés con Mirtha te toco lo más sagrado, aunque ladre"  

Ya terminé de almorzar el churrasco con ensalada, su ausencia me lleva al límite del sufrimiento y peor aún, me ha quitado la razón de vivir. Otra vez, como hace años, he armado el combo letal de pastillas; esta vez no hay nada ni nadie que me frene. Ya tengo ochenta años y siento que he cumplido con mi misión en la vida. Los últimos tiempos me costaba bastante cuidarla como ella se merecía, camino con bastón y mi mano ya ha perdido esa sensibilidad especial que tenía. Retumba en mi cabeza una de sus célebres frases: «Lo que no es, puede llegar a ser.» Siempre estuve muy seguro que yo partiría de este mundo antes que lo hiciera ella, que inclusive sobrevivió a sus dos hijos y a un par de nietos. No fue así y comprendo que es muy egoísta de mi parte pretenderlo, aunque muchos de sus fanáticos estábamos ilusionados con verla soplar las ciento veinte velitas. Faltaban tan solo dos semanas para ese gran evento, pienso mientras a gran velocidad me atraviesan la garganta el combo de pastillas.


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