Cuando tengo clase de inglés me baño decididamente y elijo una ropa que combine, incluso me perfumo. No me interesa que la clase sea por zoom. Tres minutos antes de que se active el password ya estoy instalado frente a la pantalla de mi notbook ansioso por verla y deseoso por impresionarla. Elegí el lugar más bonito de la casa. De fondo aparece una pared con ladrillos a la vista y como único adorno un cuadro con flores.
Ahí aparece acomodándose el pelo y entrecerrando los ojos, tal vez pasó una mala noche. Detrás suyo una pared blanca despojada. Hello beautiful teacher, me anticipo a su saludo. Ella devuelve thanks Raúl, hello. Mis ojos se fijan en ese rostro moreno que me recuerda a Pocahontas. Tiene puesta una remera holgada que deja adivinar un torso esbelto con senos minuciosos. Arremete con adverbios y sin dilatar conjugamos series de oraciones que son moduladas meticulosamente por un par de labios carnosos y muy besables. Intento dar respuesta a su demanda y respondo una a una sus peticiones. Dos horas por día me dedico con denuedo a estudiar el idioma anglo para estar bien preparado a la hora del zoom, que en verdad son apenas cincuenta minutos. Quiero aparecer como un alumno ejemplar, deslumbrante. Ella cada tanto me ofrece sus very good y se me revienta el pecho.
Está explicándome los tiempos verbales cuando alza la cabeza y estira ese cuello tan especial. Es raro me dice, están tocando el timbre del departamento. Dame un minuto que ya regreso. Of course darling, le devuelvo. Disimulo mi fastidio por la interrupción y le sonrío torpemente. Observo como se pone de pie y deja al descubierto sus miembros inferiores, que caen bajo una pollera negra. Enseguida desaparece del cuadro. Cruzo las piernas y froto las manos contra la rodilla más elevada iniciando la espera. Llámenme impaciente si quieren: a los diez minutos la llamo acercando la boca al micrófono. A los quince grito fuerte su nombre. Me invade la sensación de que algo malo le ha sucedido. Abono dos posibilidades... o se descompensó y está tirada en el piso... o un imprevisto la hizo abandonar el departamento y no tuvo tiempo de avisarme. Aguardo intranquilo y prendo un cigarrillo que fumo lento. Miro la hora y compruebo que faltan veinte para terminar el zoom. Voy por café.
Juro que no exagero si digo que su voz transmite una paz que sucumbe al corazón. Me enamoró en la primer lección, instalándose su presencia en todo mi cráneo. A la tercer clase la invité a tomar algo. Se rehusó muy dulce y simpáticamente, como sólo es ella. Gracias a Facebook pude saber más. Fue algo dificultoso pues su apellido es muy común y hallé varias homónimas. Aun así descubrí que estaba separada y tenía una hija de nueve años. Le mandé solicitud de amistad pero aun no fue aceptada. De todos modos disfruté lindo viendo fotos de sus vacaciones, sus diferentes perfiles y otras en ocasión de reuniones sociales. Inconforme averigüé donde vivía. No fue sencillo pues no salió de su boca. Le abonaba con una transferencia bancaria y así ubiqué la sucursal donde destinaba el depósito. Hace tres días debí atravesar la ciudad para apersonarme en dicha institución. Esperé pacientemente. Con un fajo grueso de billetes me dirigí al cajero que parecía más menesteroso. Apelé a un ardid inofensivo y su necesidad para obtener la dirección adecuada. Era a pocas cuadras del banco. Camuflado tras unos arbustos hice guardia por seis horas. Apareció con toda su hermosura y unas calzas deportivas. Era un poco más baja de lo que imaginaba. Con esa imagen perfecta, y la certeza de que el cajero no me había estafado, regresé a mi casa.
Vuelvo con la taza de café y me siento frente al monitor. Sigue sin aparecer. Ya ni intento llamarla. De pronto me parece ver una vaga sombra que se mueve furibunda por el fondo de la habitación. Concibo sin dudar que alguien ha intrusado el departamento. Mi amor puede estar en peligro, mascullo. Miro el cronómetro del zoom... restan menos de cinco minutos de conexión. Me desespero y no sé que hacer. Resuelvo ir hasta su departamento. Antes de salir observo por última vez el monitor. Una persona se acerca hacia mi. No logro reconocer su rostro. Por el brillo del monitor alcanzo a ver con pavor que en una de sus manos se aferra un cuchillo. La hoja tiene abundante sangre. Miro aterrado y presiento el peor desenlace. Lo blasfemo en inglés y espero que me oiga. Los párpados me tiemblan y se agita el peor de los fantasmas en mi pecho. Froto los ojos rabiosamente hasta el ardor. Cuando los abro ya no está ese hijo de puta, sólo un fondo de ladrillos a la vista con un cuadro de flores.
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