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En la cama de mamá.

 

Entran los dos caseros al dormitorio, al dormitorio sagrado de mamá. Parecen niños desafiantes ante la ausencia de los padres. Comienzan a olerse como animales. Ella se sienta en la cama. De pie, él se baja su bombachón de gaucho. Asoma un tremendo extracto de carne erguida. Ella lo agarra y lo confina en su boca. Las tres cámaras cuidadosamente ubicadas en la habitación permiten que vea la escena de diferentes ángulos. Los degenerados caseros las ignoran, incluso mi pérfida hermana y los demás intrusos que pululan por el resto de la estancia. A la mañana temprano la usurparon. Atravesaron la tranquera como panchos por su casa. No soporto observar como están vejando el lecho de mamá y me voy a preparar café.

Regreso y ya están completamente desnudos sobre el manto blanquecino que cubre el colchón. En circense posición deja que ella succione incansable la pija en tanto él lame su minucioso clítoris, que le ofrenda como una pordiosera. Una lengua verdosa con resabios ingestos de atolondrados mates acaricia la dulce tripa que aflora de la lonja vaginal. Se abreva del líquido que emerge tibio a un costado del clítoris hinchado mientras su rostro es acariciado por un frondoso vello púbico. Del otro lado una sonrisa rubricada sigue succionando una proa de pija, lo hace frenéticamente hasta llenarse de arcadas, hasta una última arcada rabiosa de semen. Lo traga incólume y abandona el miembro recién cuando éste pierde consistencia. Él queda fulmine y deja caer la cabeza grasosa hacia la almohada rellena con plumas de ganso.

Tomo el resto del café absorto por presenciar como dos forajidos acaban de tener sexo oral en la cama de mamá, en la cama de mamá, carajo. Aprieto el cráneo cuando veo que ella se acerca al ropero y elige el vestido preferido de mamá. Se lo coloca bestialmente, estrujando el género y las costuras. Lo exhibe frente al espejo. El casero aparece por detrás, se lo levanta dejando las nalgas al descubierto y la penetra sin más, atrozmente, con el vestido puesto. En un brusco movimiento se lo arranca y revolea en una silla. Regresan a la cama, nuevamente. Sudan sus cuerpos y vuelve a perforarla. Esta vez ella se posiciona en cuatro patas como una yegua en celo y él se coloca arriba suyo montándola sin apero. Arremete la ingle con fuerza sobre la carnadura del trasero. En la acción las tetas se revolean y... también el collar perlado de mamá...

Un sujeto bajito aparece en la escena, al costado de la cama. Frota su pene inhiesto y tembloroso contra el canto del colchón. Debido a su menudo porte, trepa la cama con esfuerzo. Sigiloso se encolumna por detrás. Haciéndose el chancho rengo apoya su pene en el ano del casero que, a su vez, sigue cogiendo a su señora. Pasmado, gira su rostro con los ojos inmensos. Una certera patada se sacude en el cuello del intruso, derribándolo de la cama. Ahora yace en el suelo dolorido, con gesto gravoso. Se incorpora y se desabrocha la camisa resoluto. Entusiasta vuelve a abordar la cama. Sus pies sucios y malolientes se afirman sobre las sábanas impolutas. Emite un salivazo potente sobre su pene erecto y se afirma sobre las caderas del casero. En dos movimientos ya tiene medio pedazo de carne dilatando dentro del casero. Éste, aun encorvado, no cesa de fornicar centímetros más adelante a la casera. El bajito con esfuerzo arremete aun más enterrando por completo su aparato genital en un ano que parece desgarrarse. Tiemblan los goznes y flejes de la cama en sobremanera. Los testículos del intruso bajito se bambolean mientras hace estragos en un recto que se ofrece ya sin ninguna resistencia. Se desprende por completo de la camisa sudorosa y aparece una espalda esmirriada y peluda que se contorsiona reptilmente a la vez que le deposita con desenfado su semen contenido en esa remoción anal. Ocultando una mueca de placer, de un salto abandona la cama. Se para al lado de la silla y susurra un discurso inaudible mientras agita las manos con frenesí. Con el vestido de mamá limpia restos de materia fecal depositados íntimamente en la rugosidad del pene. Luego desaparece del cuadro. Volverá a aparecer más tarde, en la cámara que señala la galería, muy orondo fumando uno de los puros de papá. Por momentos pareciera ser el cabecilla de esos revoltosos. En tanto el casero sigue penetrando a su señora mientras, de su ano, un hilito de semen amarronado cae pesado sobre el colchón de mamá.

Hablo con los abogados para solicitar un inmediato desalojo cuando observo que aferrado al collar perlado arrea a su señora que entre alaridos y gemidos siente como es galopada hábilmente. Se suscita un principio de ahogo y un balbuceo estéril. Aun más excitado tira de la cincha perlada con mayor ahínco. Acontece la eyaculación al unísono de ambos cuerpos ante la mirada fresca de mamá que exhibe el portaretrato del aparador. 

Hago llamados varios a vecinos y demás ruralistas. Conformamos un comité de acción. Se habla de rifles y pistolas. Intento calmarlos, hay que esperar los tiempos de la justicia. En una cámara remueven la tierra con arados, en otra veo a mi hermana desnuda sobre una reposera de lona, leyendo libros sobre la reforma agraria. Otros toman mates sentados siniestramente en el sillón chippendale.

         Por la noche los observo husmeando los cajones, mancillando los recuerdos de la familia. Veo a varios de esos piojosos usando mi cepillo de dientes. Hacen un fogón y aparece una guitarra. Cantan y se exhiben como los salvajes que son. Ríen y tosen como engendros. Creo ver, en un difuso claro de sombra, que un grupo se penetra a mansalva con maices de la cosecha. La usurpadora que sigue poseyendo mi sangre agita una fotografía sepia del papi, vocifera su apellido, que es el de todos, lo blasfema y la arroja sobre las llamas. Los demás aplauden y hacen flamear sus banderas. Gritan consignas inmundas contra la propiedad privada. Eso si que no, mascullo. Es hora que mamá esté al tanto de todo. Me comunico con ella y la anoticio. Evito darle detalles acerca de lo ocurrido en su cama.

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