Ir al contenido principal

Olvido de un crack

 

Por entonces era un iniciado en el periodismo deportivo. Aun entusiasta y adorador de los hechos nobles.

Sentado en el último asiento de la Lujanera repasaba las preguntas que había ideado para espetarle al Chueco Arismendi. Me había repasado toda su carrera. Desde esos cuatro partidos en primera hasta los épicos encuentros de las ligas provinciales. Sobraban hazañas y anécdotas. El Chueco era un jugador de la vieja escuela y por diferentes motivos su merecida fama no llegó a trascender el paso del tiempo.

Envalentonado por una causa justa me presenté ante su morada. Antes debí andar a pie seis calles de tierra, ruta adentro, y lidié con perros cimarrones que olisqueaban a cualquier extraño, presurosos de enseñar sus dientes afilados. 

Fui recibido por la esposa, muy asombrada que un periodista se aviniera de la Capital pretendiendo entrevistar a su marido. Me alcanzó un mate y alertó enseguida sobre avanzado cuadro de Alzheimer del Chueco. Dos de sus hijas lo escoltaron hasta un desvencijado sillón, donde procuré conversar con él.

Vana empresa fue intentar que rememorara partidos, datos, anécdotas... ni hablar de fechas precisas. Lo miré a los ojos con fijeza; una bruma salada pareció haberse instalado entre los dos. Era evidente su desmemoria. Cuando le pregunté por su nombre encogió los hombros y ladeó los labios... no recordaba tampoco.

Una mirada insistente de su mujer me alertó de lo inútil que sería proseguir la entrevista. Usted ya sabe todo del Chueco, conteste por él.

Cuando atravesé la puerta de calle tuve la certeza que el Chueco ya me había olvidado.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Acuario

          Jamás olvidaré esa mañana que, envuelto en aire frenético, decidí vaciar el placard de mi habitación. Por entonces salía poco y qué sentido tanta ropa. Terminó ovillada en bolsas de consorcio negras que ubiqué en un rincón del living. Procedí luego a quitar estantes, barrales y accesorios. Le di tres manos de pintura celeste para piscina a las paredes y al piso que recubrí de tierra, piedras y plantas oxigenadoras. Ambientación con dibujos de caracolas y otros motivos marinos en los laterales y el fondo. Por último, eliminé las puertas, colocando un vidrio biselado adherido con silicona. En la parte superior dejé una abertura por donde ingresar agua, alimentos, tal vez acariciarlo. La espuma de sueños se zambulló como un reguero en esa caverna hendida y bien sellada.      Las primeras horas, los primeros días, lo observaba desde la cama y me hundía en horas entretenidas. Puede quedarse inmóvil durante horas. Adoraba su sigilo prolongado. De repente se iza por el agua y gra

Pelopincho

        En el fondo de casa armamos la pileta para mi cumple de mañana, dijo Thilo emocionado y abriendo grande los ojos agregó: la Pelopincho, la que tiene un montón de hierros atravesados. Para tal emprendimiento fue necesaria la ayuda de una ingeniera catalana admiradora de Gaudí.      Al día siguiente, el verano caluroso de Buenos Aires no tardó en posicionarse, a la vez que iban llegando los invitados con la malla puesta y el deseo urgente.      Los primeros en zambullirse fueron los amigos de fútbol y de la escuela. Enseguida se metió la tía con sus gemelas, un narigón vestido de jardinero que baila en la murga del barrio, la vecina que trabaja en una juguetería, un león flaco demasiado travieso, dos nubes cargadas de algodón que volaban bajito, un delfín de siete colores, una mano cabal aferrada a un tejo playero, el alba del día anterior que nadie había olvidado, uno con la camiseta de Chacarita... De pronto un señor bigotudo se sumergió con patas de rana y escafandra.

Obelisco

       Esa abrumadora madrugada, un denso banco de niebla aplastó Buenos Aires. Durante tres días se mantuvo inalterable. La visibilidad era de apenas un metro de distancia. Suspendieron todas las actividades sociales y la autopista fue cerrada.      Al cuarto día la niebla, patinando por el Riachuelo rumbo al sur, comenzó a disiparse.  Lentamente la ciudad fue recuperando su dulzón y frenético ritmo. Cerca del mediodía recorrió por las calles un rumor aberrante: "Se afanaron el Obelisco". Todos prendieron el televisor para mirar la noticia que estallaba boca a boca. Muchos fuimos hasta el centro para comprobarlo in situ . Nadie podía creer la dolorosa ausencia que se veía. Lo arrancaron de cuajo. La concha de su madre quedó enclavada en el pavimento junto al recodo de una fisura honda con final incierto. No fueron pocos caballeros a los que se les escapó una pudorosa lágrima que pretendieron disimular refregando la manga del saco sobre el rostro.    Surgieron de inmedi