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Invasión al laberinto.







Cuando abandonó la vieja casona de Constitución aun se hallaba en shock y a poco estuvo de ser arrollado por un fulmine tranvía. Minutos atrás, confinado en el estrecho sótano, había quedado atónito ante ese objeto prodigioso. Blandía los pálidos párpados con excitación enciclopédica. Luego apareció el gesto depravado cuando uno de los infinitos puntos del Aleph guió su atención. Una negligente fecha de octubre venidero le hizo comprobar que el unánime aparato también sugería el futuro. Dejó en ese instante de reparar en astrolabios, zaguanes sombríos, fatigados laberintos y todo lo demás. Sintió vértigo desenfadado. Contempló en cambio la presencia de un general con ánimos de tirano, vacaciones pagas, ferrocarriles nacionales, una populosa como ajena Mar del Plata y tantas otras aberraciones. Un neologismo había invadido el Aleph. No falseo los hechos si advertimos su vano intento en desacreditar la autenticidad de este Aleph y situar el verdadero en algún lugar remoto del universo. Tal su consternación, que en los meses sucesivos pretendió olvidar lo observado en aquel sótano. Noches de atroz insomnio tejieron su nervadura bajo las estériles sábanas. El tahúr y otras cifras utilizó para cuestión tan inextricable. Cuando le contaron que el inmueble había sido finalmente demolido, un leve temblor en el rostro delató sosiego.
Un día soleado de octubre regresaba desde su empleo en la biblioteca municipal. Lo hacía a pie, tal su costumbre, atravesando la ciudad de sur a norte. Iba, quien sabe, discurriendo el artificio de un cuento o la investidura de la cábala cuando se topó con una muchedumbre en movimiento. Advirtió pronto gestos inusuales, rayanos a lo vulgar, con vicios abominables. No eran compadritos ni arrabaleros, estimó. Vociferaban reunidos en torno a pancartas e iban vestidos con ropa de grafa. Dilapidó conjeturas varias y agitó fantasmas en su memoria. Apretando el puño en oblicuo silencio, comprendió lo que iba a acontecer y su vaga conjetura de catalogar como falaz al Aleph que había quedado sepulto en la vieja casona del barrio Constitución.

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