Estaba
sentado plácidamente en el sillón, leyendo mi novela. De pronto la
mirada se desvió, merced de una sombra pequeña y furtiva que fue a esconderse desaforada tras el aparador. Fui al baño a buscar el
secador de pisos. Pronto llegaría mi esposa con su voz empecinada; procedí sin demoras.
Le hice frente. Aún estaba ahí, no tenía
escapatoria. Nos observamos con hondura. No quisiera utilizar la
palabra desdoblar pero... se abrió la puerta de calle. Por debajo de
las piernas de aquella mujer inicié la huida. Corrí versátil entre
luces y automóviles. Sensaciones novedosas me hicieron notar que estaba
actuando más cerca del instinto que de la razón. En la esquina, un vehemente gato asomó desde el recodo de la noche. Me zambullí por la
boca tormenta de la alcantarilla, esa misma en la que sigo atascado.
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