Esa noche volví de la facultad más tarde de lo habitual. En el subsuelo, al lado del bufet, había participado de una reunión político-estudiantil. Lo hice más siguiendo una esperanza de amor que por convicción política. La puerta mal entornada del departamento fue la señal inequívoca de que algo no andaba bien. Un frío seco me paralizó cuando abrí de par en par y vi todo dado vuelta. Cerré enseguida y procuré girar sobre mis pasos para salir corriendo. Un mareo atravesó el intento. Recostado contra uno de los laterales del pallier intenté recuperarme. Profusa, una sombra observó lo ocurrido. Luego imaginé la posibilidad de un vecino asustado o el portero del edificio con su franela en la mano. No puedo recordar si fui rígido por el ascensor o bajé alocado esos tres pisos por las escaleras. Algún resorte mental me imposibilita generar la memoria adecuada. Desde un agitado teléfono público llamé a mi madre y le explico lo sucedido. Al otro día me acompañó a Ezeiza. Nos despedimo
Pensamiento Carretel