Me suscité frente al caballete sin plan previo. Dejé que la mano condujera el pincel a su antojo. En la paleta propuse balbuceante gama de ocres. Pronto gran porción del lienzo fue ocupado por una mancha que tenía rasgos entre naranjas amarronados con algún relumbre amarillento. Dejé reposar el dibujo y fui a preparar café. Desde la puerta de la cocina alcancé a notar que un trozo de cola asomaba por la mancha. Entrecerré los ojos y logré adivinar que blandía, sobre tenue osatura, una víspera de tigre. Un fuerte palpito me sacudió. Algo interesante podía lograr con aquello. Comprendí que si perseveraba con algún trazo consciente y esforzado ese tigre llegaría a ser digno de museo. Contenía el sublime fulgor que desbarata los sentidos. Me dije que lo mejor era hacer una siesta y continuarlo después, con la calma propia del descanso.
Desperté entre sueños fragmentados, como atrapado en un collage de imágenes traviesas. Había en el ambiente un desconcertante olor a hierba de pradera. La única ventana se encontraba cerrada. Fui hasta la esquina del monoambiente, donde había establecido mi improvisado atelier. Tras recorrer unos pocos pasos enfrenté al caballete; me sacudió una duda: ¿La mancha no estaba hacia la derecha y más bien tirando para abajo? Resulta que ahora se hallaba bien pegada a la izquierda y como en la parte superior del lienzo. Alto ahí, me dije: ¿Y en que momento tenía esas sombras que parecen ojos y el bozo... y esos bigotes tan reales? Lleno de estupor fui al bar de la esquina a tomar algo y cambiar el aire.
Regresé tarde y borracho. Prendí la luz y casi sufro una baja de presión: la mancha, el tigre, no estaba más. Prendí el portalámpara y lo acerqué al lienzo... todo blanco. Dudando sobre mi estado mental fui a la cama y me recosté. Confuso y aturdido, desde allí podía divisar el caballete y así lo hice hasta quedar dormido. A medianoche un brillo en la oscuridad me sobresaltó de la cama, estaba ahí acechando. Contuve la respiración y quedé inmóvil. Sin precisar cuánto tiempo estuve así, estéril fugitivo, logré mantenerme a salvo y volví a dormir, o todo fue somnolencia.
Un atroz centelleo dinamitó mis párpados. Desperté con el pulso efervescente y la certeza de una visión que contenía un completo anaranjado enceguecedor. Comprendí enseguida que había quedado atrapado en su arcana figura, en un ocaso perpetuo. Con el correr de los años una moderada opacidad fue apareciendo producto de unas rayas oscuras que, por supuesto, yo no dibujé.
se acerca a las experiencias inefables
ResponderEliminarCada vez, una escritura más clara, despejada!!!!👏👏👏👏👏👏
ResponderEliminarMuy bueno realmente. Apenas empecé a leerlo me hizo pensar en Horacio Quiroga. Me apasiona la narrativa. La elaboración de un cuento es muy exigente. Lo onírico y lo surreal son recursos muy buenos, así como el realismo mágico tan típico americano. Un gran abrazo de mi parte. Héctor
EliminarOmg,this story Is amazing
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