Comencé a tirar de la cuerda, que se tensó rápidamente. Del otro lado algo ofrecía cierta resistencia. Al principio fue curiosidad, luego obstinación por saber que tenía aferrado más allá. De a ratos la tensión se incrementaba y entonces debía utilizar todas mis fuerzas. Daba la sensación que aquello, fuese lo que fuese, resistía adhiriéndose con ventosas o quién sabe. Pensaba muchas posibilidades mientras seguía jalando con ambas manos. No puedo precisar cuanto tiempo hace que estoy inmerso en este accionar, pero el sol ya ha recorrido un amplio trecho. Ahora puedo oír un extraño sonido que parece vibrar por el encordado y trepida entre mis manos. Mientras fulgura el pronto ocaso alcanzo a ver el final de la cuerda y justo ahí, enganchada, una sombra pequeña que tiende a agitarse. Con no poco temor la atraigo hacia mí. Al acercarme lo suficiente no puedo creer lo que observo: es ese tonto corazón bicuspide que arrojé el otro día hacia los confines del horizonte. Lo reconozco po
Pensamiento Carretel